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Jaime-Muniesa

los puerros

La geometría lineal a primera vista o a bote pronto como se suele decir ahora, parece ser una cosa sencilla; podríamos decir, (si fuéramos eruditos) que es como una geometría monótona y sin alicientes; pero con aseveraciones como estas irremediablemente caeríamos en un error monumental. No nos equivoquemos tal como lo han hecho durante siglos y siglos ilustres y prestigiosos matemáticos y geómetras, y sepamos de una vez por todas que la geometría lineal es una de las ciencias más complejas y de difícil comprensión, sobre todo en materia de geometría aplicada y sin aplicar.

La geometría lineal se pone en evidencia y se demuestra en plantaciones de árboles frutales o no, en formaciones militares regulares o no, en los tendidos eléctricos o telegráficos estatales y privados, sin embargo y sin despreciar para nada lo anteriormente enunciado, la geometría lineal propiamente dicha, donde alcanza su máximo esplendor es en las plantaciones hortícolas y sobre todo en la plantación de la planta perteneciente a las liliáceas llamada puerro.

La distancia longitudinal entre un puerro plantado y el siguiente en teoría debería de ser igual a la distancia longitudinal de este primero al puerro plantado precedentemente, pero esta exactitud longitudinal casi nunca se consigue y en la mayoría de los casos es desigual, es decir y para que lo entiendan hasta los más cretinos, que en cuestión de plantaciones de puerros no puede haber una ley geométrica severa y rígida, aquí los teoremas de Tales y Cuales, el binomio de Newton, el triangulo de Pascal o los planteamientos de Euclides no tienen cabida; por lo tanto no existe una obligatoriedad por la cual se deba respectar estrictamente la equidistancia entre los puerros de una misma plantación.

Con esta aclaración queda demostrado que la distancia longitudinal entre los puerros de una plantación por grande que esta sea, aunque a primera vista parezca que una uniformidad completa existe, si examinamos exhaustivamente la plantación observaremos anomalías diferenciales en la distancia de los puerros plantados, y comprobaremos sin dificultad que la distancia exacta entre ellos es siempre desigual.

Fijaros lo fácil que es llegar a esta conclusión, y sin embargo, ¡cuántos miles de tinteros se han gastado y derramado sobre los pupitres escolares a través de los siglos! ¡Cuántas ecuaciones matemáticas, algebraicas y trigonométricas no se habrán hecho a lo largo de los múltiples lustros, y cuantas bofetadas y reglazos no habrán sacudido los maestros nacionales y extranjeros sobre las mejillas y las manecitas candorosas de los niños nacionales y foráneos; miles de estériles discusiones y millones de controversias en balde! Da grima pensar que esta cuestión durante tantísimos años, cientos o casi miles, ha sido el centro de todas las disputas filosóficas que han ocupado la sesera desde los más ilustres pensadores de la antigüedad hasta los tontos mas cretinos de la modernidad actual. Pensad en Euclides, en Newton y su binomio, en Pascal haciendo triángulos, en Tales, uno que vivió en pareja con su amiguito Cuales, hace mas de veintidós siglos, pasando todo el tiempo haciendo teoremas y otras cosas, Pitágoras, otro que tal, Arquímedes no les iba a la zaga y tantos otros sabios de la edad antigua, media y contemporánea. Este asunto ha sido centro de debate tanto en las ágoras y universidades como en las tabernas.

Pero así es la vida, y es que pasamos la mayor parte de ella haciendo inútiles cábalas, diciendo o lo que es peor escribiendo memeces sin fundamento y silogismos absurdos; vivimos desde que nacemos hasta que morimos calculando inútilmente, calculamos por ejemplo, que si un grifo tiene una pérdida de una gota de liquido cada segundo y medio, y esa gota que pierde cayera en una piscina olímpica en el espacio de setecientos setenta y cinco siglos podría llenarla; así de claro, y nos quedamos tan frescos, calculamos que si dejásemos de fumar (con lo que nos gusta) y ahorrásemos las seiscientas rupias por mes, que es rupia arriba rupia abajo lo que nos gastamos, en unos veinticinco años ahorraríamos el suficiente dinero para comprarnos una bicicleta de las buenas, una todo terreno, o incluso de carreras.

 Contando que ya tenemos setenta y seis años cumplidos, esto nos llevaría a ciento un años, y yo digo que debe de ser curioso el ver un centenario subiendo o bajando montes y cañadas en V.T.T. sería  como para morirse de la risa.

Por lo tanto y cuanto y por lo aquí expuesto, afirmo y me atranco en que la equidistancia entre sí de los puerros, como los grifos que cierran mal y el montar en bicicleta a cien años cumplidos me la traen floja, no quiero calcular; es domingo, hace un tiempo esplendido, es la una y veinte minutos de la tarde, la mesa ya está puesta, una docena de ostras con su albariño correspondiente, sopa de pescado de primero, y rape a la americana de segundo con su rosé de Provence, luego una isla flotante, café, armagnac  y un buen cigarro, y si a los cien años no me puedo comprar la bicicleta todo terreno de las caras, con muchas velocidades, pues nada a grandes males grandes remedios, continuare con mi Peugeot.     

1 comentario

DOMINGA -

CARAY, QUE DESPLIEGUE LITERARIO Y ARITMETICO PARA DECIRNOS QUE LOS PUERROS FINALMENTE CRECEN DONDE LES ARRASTRA EL PRIMER RIEGO DESPUES DE PLANTARLOS.
BIEN,BIEN. Y LA MESA INMEJORABLE Y A BUEN SEGURO BIEN SERVIDA, COMO CORRESPONDE A UNOS BUENOS GOURMETS. ¡QUE APROVECHE! Y QUE VAYA TODO SEGUN LO PREVISTO.