El DETERMINISMO Y EL TONTO TORCUATO
Los filósofos que ya en un escrito anterior dije lo que pienso de ellos, pero por si acaso alguno de mis lectores no lo ha leído reiterare lo dicho, diciendo que me parecen personas ociosas y poco productivas, hombres y mujeres que pasan su vida discutiendo y contradiciéndose los unos a los otros con discursos que ni ellos mismos entienden y que no tienen otra finalidad que la de marear la perdiz y vivir sin dar un palo al agua.
Filósofos los hay de todos los colores y para todos los gustos; creyentes, ateos, materialistas, metafísicos, cínicos, académicos, estoicos, dadaístas, existencialistas, nihilistas, comunistas, racionalistas, empiricos, anarquistas y… etc.etc. aquí cada cual intenta crear a base de proselitismo su corriente, y contradiciendo a los que afirmaban lo contrario, mira de vivir sin currar.
Pues bien afirman algunos de estos filósofos católicos o cristianos como Pascal, y otros como por ejemplo Kant y sus seguidores que no se debe de mentir jamás, ni siquiera cuando decir la verdad pueda tener consecuencias funestas. Otro axioma de esos mismos sabios es ese en el cual aseguran que los seres humanos hemos sido creados por Dios y estamos sometidos a su entera voluntad, sin embargo por una razón que ellos no explican, según se ve gozamos de libre albedrio para comportarnos como mejor nos convenga, de manera que delante de una acción cualquiera si actuamos de malas maneras, es decir, si por nuestra acción causamos algún daño a quien sea persona o propiedad, toda la culpa será nuestra, por lo cual deberemos ser castigados en la vida por los jueces terrestres y después de muertos por Dios que es el juez supremo, porque en virtud del libre albedrio del cual Dios nos ha provisto y del cual gozamos, podríamos libremente haber optado en vez de causar daño hacer el bien, y está claro que voluntariamente no lo hemos hecho.
Bien, veamos estos dos conceptos o axiomas. Respecto al primero, yo creo que él no decir o esconder la verdad no es exactamente decir la mentira, pongamos por ejemplo que un día vemos la mujer de nuestro mejor amigo en situación equivoca o en los brazos de otro que no sea él, si nuestro amigo nos pregunta si hemos visto a su mujer y le decimos: Pues no he estado al tanto, no te puedo decir. En realidad no estamos mintiendo, estamos omitiendo o escondiendo la verdad que no es lo mismo. Si a nuestra casa llega un amigo judío perseguido por la Gestapo y esta se presenta y pregunta si el judío está en casa: Que debemos decir? En honor a la verdad debemos decir que si? Existen miles de razones para no decir o disimular la verdad.
La mentira es otra cosa. Mentir es decir delante un público que no nos conoce, por ejemplo que durante el servicio militar ascendimos hasta ser capitan por ejemplo, o que cuando éramos jóvenes las chicas se nos rifaban, o que en nuestra casa solariega teníamos seis criados y tres doncellas; cuando la realidad es que no fuimos a la mili porque no dimos la talla, que nuestras conquistas femeninas se limitaban a las chicas de los prostíbulos previo pago, y en nuestra casa no teníamos ni cuarto de baño, hacíamos nuestras necesidades en la cuadra y nos limpiábamos el trasero con papel de estraza. Eso es lo que podemos llamar mentira; porque la mentira no es mentira más que cuando con ella se pretende alcanzar algún beneficio, sea este del género que sea.
Lo del libre albedrio también tiene su aquel, y por encima de lo que digan esos eminentes sabios, yo que no soy nadie y que no quiero en ningún caso polemizar, mejor creo en el determinismo, aunque esto también sea una teoría filosófica según algunos.
Yo no creo que nuestro sino este establecido desde el preciso momento de nuestra concepción, no hay nada preconcebido, el individuo nace y medra en un sentido u otro según el entorno en el que se encuentra.
Es decir que el ambiente educacional o ambiental en el cual se desarrollan nuestras vidas desde nuestro nacimiento determina en muchísimas ocasiones nuestra actitud durante el transcurso de nuestra existencia.
Veamos por ejemplo: Cuando yo era niño, igual que en muchas casas de mi pueblo, engordábamos durante varios meses uno o dos cerdos, y todos los años cuando llegaba el mes de noviembre se celebraba la matacía que en algunos lugares llaman “pele porc”, los cerdos bien cebados se sacrificaban en mitad de la calle, delante la puerta de casa, aquello era un espectáculo tremendo al cual todos los chicos del barrio acudían para estirar la cola o rabo, o para sujetar la pata del cerdo que chillaba como un condenado que era; el momento de máxima expectación y jolgorio llegaba cuando el matarife armado de un terrorífico gancho, después de arrastrar con la ayuda de varios hombres enganchado por el cuello al cerdo, entre todos lo inmovilizaban encima de un rustico banco, y allí el ejecutor con increíble sangre fría haciendo caso omiso de los berridos del cerdo le clavaba al pobre bicho un enorme cuchillo en el pescuezo haciendo brotar inmediatamente un chorro enorme de sangre que una mujer, arremangado el brazo hasta el codo meneaba fuertemente con la mano en un barreño, con el fin de que esta no se coagulara, luego se socarraba el cadáver y después una vez rascado y lavado se descuartizaba allí mismo. Hoy en todos los países de occidente esas prácticas por razones de higiene o por otras causas están prohibidas y lo que a los muchachos de mi época lejos de causarnos el menor trauma nos alborozaba, hoy si algunos chicos vieran aquellas mismas escenas sangrientas se desmayarían.
Los niños que nacen en un barrio periférico de Dakar, Bogotá, Casablanca, Lima, Méjico, Bombay, o incluso de Madrid o Paris, no tiene el mismo concepto del bien y del mal que los niños que nacen en los barrios ricos de esas mismas ciudades, porque el entorno ambiental o educacional no es ni de lejos el mismo y eso determina en el individuo sus actuaciones presentes y casi siempre futuras, simplemente porque mientras los unos tienen sus necesidades, incluyendo las mas superfluas que podríamos llamar caprichos, cubiertas desde su nacimiento hasta el fin de sus vidas, los otros, si antes no han muerto o han sido abandonados, a la edad de tres o cuatro años tienen que buscarse la vida para seguir subsistiendo aunque sea comiendo de la basura que tiran los primeros en este mundo desigual; mundo creado según los filósofos por un Dios bondadoso del cual todos somos hijos por igual.
En un anterior escrito decía yo, que no soy nadie, que los filósofos como los frailes, políticos, papas, popes y gurús de todas las religiones son como esas plantas parasitas sin fruto alguno, que se agarran a los arboles y chupan afanosamente su sabia haciéndose robustas y fuertes, mientras la madre que los mantiene va perdiendo fuerza y acaba por perecer.
Con el fin de distraernos y relajarnos un poco os contaré la historia del tonto Torcuato que no era tonto congénito como todos sus paisanos creían, si no un tonto advenedizo o prefabricado.
EL TONTO TORCUATO
El consenso entre todos los habitantes de un pueblo sobre una realidad es impensable, podríamos decir que es una utopía, por lo menos o por lo que yo sé, hasta ahora jamás ha ocurrido en ninguna parte del mundo. Sin embargo en Val de Pucheros, localidad de la provincia de Toledo, con un censo aproximado a las dos mil trescientas veintidós almas o vecinos, todos ellos sin excepción por supuesto tontos de remate; vean ustedes por donde, unánimemente todo el mundo estaba de acuerdo en decir que Torcuato Andana era además de ser como todos ellos tonto acabado, también era tonto congénito; y como casi siempre, con respecto a esta aseveración todo el mundo estaba equivocado; porque, que Torcuato era muy tonto, eso saltaba a la vista y no cabía la menor duda; Torcuato era tonto de remate; pero no era tonto congénito como sus paisanos decían, sino que era tonto advenedizo que cambia mucho como veremos seguidamente.
Cuando nació Torcuato era extremadamente listo, solamente decir que aún no llevaba en el mundo de la luz ni siquiera dos horas, y sin que nadie le hubiera enseñado para nada, Torcuato que todavía no se llamaba así porque no estaba bautizado ni presentado en el juzgado, por propia iniciativa ya estaba agarrado en el pecho de su madre y mamaba como si llevara años haciéndolo. Esto es la prueba evidente de que Torcuato no nació tonto si no que fue el entorno ambiental o educacional, lo que podríamos llamar filosóficamente el "determinismo" lo que contribuyo a crear la tontez de Torcuato.
Unos meses después de nacer, a Torcuato, que para más inri le llamaban Torcuatín, le cambiaron la hermosa teta de su madre, aquella ubre amable y caliente en la cual Torcuatin hundía su carita mientras succionaba la rica, templada y nutritiva leche materna por un anónimo y adusto biberón, haciéndole creer que ese artilugio al cual todo su entorno llamaba cariñosamente BI BI era mejor que la teta de su madre; Torcuato no estaba de acuerdo y exprimía su desagrado llorando y pateando como un descosido, pero como todo el mundo a su alrededor estaba de acuerdo en decir que el BI BI era muy bueno, ante este común acuerdo de sus progenitores y familia al completo, atenazado por el hambre, Torcuatin resignado aceptó a tragar aquella especie de leche, que nada tenía que ver con la que salía por aquel divino conducto materno. A partir de aquel fatídico momento biberonal Torcuato no volvió nunca más a ver el generoso pecho de su madre. Aquella unánime decisión familiar tuvo la virtud o mejor dicho la desgracia de crear una pequeña nube en el hasta entonces despejado cerebro de Torcuato anulándole varias neuronas.
Así pasaron tres años y todos aquellos que conocían por primera vez a Torcuato convenían en decir que el niño era espabilado a no poder más; porque el niño a pesar de aquella pequeña nube, a la edad de tres años se sabía de memoria alfabéticamente todos los pueblos de la provincia de Toledo, además de varios cuentos, poesías y numerosas canciones.
Pero la vida avanza y a la edad de tres años y medio su madre lo llevó cogido de la manita a la escuela maternal de las monjitas dominicas; allí le enseñaron a rezar y también le enseñaron a ser bueno y obediente, porque los niños buenos y obedientes según sor Teresa de la Anunciación cuando dejaran este mundo por voluntad del Creador de todas las cosas irían al cielo con El y los santos; en cambio los niños malos y traviesos irían a las calderas de aceite hirviendo del infierno, porque Dios premia a los buenos y el diablo tentador está en el mundo para tentar y pervertir a los niños. Todo este cacao mental incidió de forma negativa en el casi despejado cerebro de Torcuato é inmediatamente se dieron de baja un puñado de neuronas.
Cuatro años después los padres de Torcuato con la complicidad de los abuelos maternos, que pagaban el traje de marinerito, y paternos que pagaban el convite, decidieron que el chico hiciera su primera comunión. Torcuato acudió regularmente a la catequesis, aprendió el catecismo de memoria e hizo su primera comunión muy bien vestido; sin embargo aquel cumulo de inútil sapiencia adquirido en la catequesis ocupo un sitio importante en su cerebro con lo cual otro importantísimo montón de neuronas quedaron anquilosadas.
A la edad de dieciséis años dejó la escuela sabiendo leer, escribir con algunas faltas de ortografía, una muy confusa idea de algunas disciplinas como las matemáticas y la geometría y sobre todo la historia, las cuatro reglas, aunque en la división por cuatro cifras Torcuato se hacia la picha un lio, seamos benévolos y comprendamos que sus anquilosadas neuronas no dieron para más. Fue entonces cuando toda su familia y entorno le dijeron a coro por activa y por pasiva; “que el trabajo dignifica, honra, ennoblece y no sé cuantas cosas más” el adolescente Torcuato Andana Sarmiento, que del colegio había salido hablando claro y conciso, bastante disminuido neuralmente o intelectualmente deteriorado que viene a ser lo mismo, lo de la dignificación, ennoblecimiento y todas las demás cosas lo creyó a pies juntillas y sin pensárselo más empezó a trabajar de aprendiz en un taller de carpintería y ebanistería, en donde pasaba horas enteras calentando al baño maría en una vieja cacerola la pestilente cola de conejo y desdoblando clavos, ante la monotonía de esa ocupación, otro grupo de neuronas que había resistido a toda la sarta de mentiras durante dieciséis años y por lo tanto se creían invencibles, no pudiendo más se dieron por vencidas y se apuntaron al paro.
Cuatro años después cuando Torcuato Andana en la carpintería ya era operario de segunda, fue llamado a filas para servir a la patria cumpliendo su servicio militar. En el cuartel le dijeron que servir a la patria es lo más grande que hay en el mundo, porque la patria era su segunda madre y que había que defenderla hasta verter su última gota de sangre si preciso fuere, etc. etc.
Cuando Torcuato llegó a su pueblo después de haber cumplido el servicio militar solamente le quedaban trece o catorce neuronas medio activas las otras se habían atrofiado por las enseñanzas militares, por el tabaco y por el vino a los cuales para demostrar que era un valiente y leal soldado, hombre de pelo en pecho se había acostumbrado en la cantina del cuartel.
A esas alturas de su vida, Torcuato que había nacido más listo que el hambre, ya se le podía considerar sin miedo a equivocarse como tonto profesional o de remate. Poco después ya con la tontura por montera se hizo socio del club de futbol de su pueblo, se buscó una novia tan tonta como él y se casó como hacen todos los tontos, y ya para acabar, a instancias de su mujer que era beata y llevaba hábito por cualquier chorrada, si sería tonto que se hizo hermano de una cofradía de esas que van tras la procesión fustigándose la espalda con un cilicio.
Ni que decir tiene que las trece o catorce neuronas que todavía emitían de vez en cuando algún señal de vida inteligente se amuermaron y desde hace cuatro años Torcuato que en la actualidad no tiene más que veintinueve, actúa por instinto animal de conservación, trabaja, fuma, come, bebe, paga a plazos casi todo, duerme, hace el amor cuando su mujer le deja, juega a las cartas y pierde; su mujer ya ha parido tres hijos y otro que está en camino, le gustan los toros y es del Logroñés.
Ya ven ustedes que los habitantes de ese pueblo estaban equivocados. Torcuato no era ni es tonto congénito. Torcuato era y es, porque todavía vive, un advenedizo, un tonto prefabricado víctima del determinismo.
Otro día os hablaré de otra cosa
También muy graciosa que yo solo sé, ole.
Jaime
Hay que joderse. Que tonto es el mono humano.
1 comentario
LA PIEDRA FILOSOFAL -
Claro, p'eso lo gestionas TU.
Pues ala, a esperar la cosa muy graciosa que solo sabes tu. Y tu como lo sabes?.
P'aqui se te lee. ¡Que lo sepas!.