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Jaime-Muniesa

CUENTOS DE NAVIDAD

          En un pueblecito de Galilea vivía y crecía una niña llamada Mariem. Era ésta sencilla muchacha de faz muy linda, y de esbelto talle; su hermosa cara de tez morena se adornaba de un par de ojos negros y profundos, de una nariz perfecta y de una sensual boca en la cual permanentemente florecía una sonrisa, para rematar este conjunto de perfecciones, lucía, aunque pudorosamente recogida, una abundante y negra cabellera como es normal entre las razas semitas.

         Crecía, decíamos esta adolescente muchacha ajena a cualquier tentación y guardando el respeto debido a sus padres de los cuales sabemos poco; al decir de algunos “sabelotodo” su padre se llamaba Joaquín y según las mismas fuentes ejercia el oficio de esquilador de equinos, bovinos y lo que se presentaba, otros sapientisimos doctores de la historia dicen que era pastor de cabras y ovejas; que era descendiente de una familia de pastores de toda la vida, como así mismo lo fueron algunos de sus numerosos hermanos, otros todavia, escepticos difieren de esta aseveración, al parecer sin fundamento y aseguran que el padre de Mariem era funcionario de obras publicas ejerciendo la profesion de peón caminero, aunque no niegan que para redondear los fines de mes se ayudara haciendo algunas chapuzas y a esquilar durante la temporada de esquilo, también dan por posible que este hombre tuviese un pequeño rebaño de cabras; lo que si se sabe con certeza y en esto todo el mundo esta de acuerdo, es que  vivían en una casilla situada en el kilómetro treinta y seis de la carretera que iba de Tolemaída a Nazaret.

         Y ademas, que nos importa a nosotros que el padre de la bella Mariem fuese peón caminero, pastor  de cabras, albañil o relojero; eso aqui no tiene la menor importancia, porque ese es un dato que no incide ni cambia en un ápice el cariz de este verídico, histórico e importantísimo episodio que sin proponérselo, trastoco el devenir de la humanidad entera desatando guerras y cruzadas sin cuento a traves de los siglos y todavia hoy dos mil años después sigue generando infinitas polémicas, pero que yo no quiero caer en la tentacion de narrar aqui ninguna de ellas, como tampoco las multiples y heroicas gestas de aquellos caballeros cruzados que lucharon con denuedo singular por la conquista del santo Grial. No, no quiero extenderme ni ser prolijo en detalles que en realidad no tienen nada que ver con el proposito primero de ésta narracion, no me parece oportuno y por eso los omito unicamente con el fin de no ser plasta y aburrir al lector con ello.

         De la madre de Mariem, aparte de que tenía por nombre Ana no sabemos gran cosa de ella, pero por lo poco que ha llegado hasta nosotros podemos deducir que esta mujer era, como casi todas mujeres de aquella época, obediente y sumisa a la voluntad de su marido como anteriormente lo fue de su padre, y por supuesto mujer de pocas luces. Sabido es que los cronistas de aquellos tiempos no se interesaban por las mujeres, las cuales eran consideradas simplemente como el complemento de los hombres, nosotros podemos suponer y suponemos por nuestra cuenta, que aparte de parir cual coneja como era normal en las mujeres casadas por aquellos tiempos, esta buena mujer se dedicaría a sus labores domesticas y poco más.

         Mariem hija obediente donde las hubiera observaba máximo respeto a la ley Mosaica tal como lo había aprendido desde muy niña en su casa y porque así lo ordenaban  las sagradas escrituras, aunque ella no las había leído; primero porque Mariem era analfabeta total y segundo y principal porque la Torà, el Talmud y la Hajala ( Ley judia) prohíben o por lo menos prohibian en aquellos tiempos aprender a leer a las mujeres o asistir a la escuela, desde que el patriarca Moïsés dicto las leyes o mandamientos, hasta el año 3759 del calendario judío ( año menos uno o dos de nuestro calendario gregoriano) que es cuando empieza esta controvertida, polémica e histórica historia.

         El padre de Mariem que era judio tradicionalista cuando la chica cumplio  dieciséis años, sumisa y sin jamás haber pisado una escuela tal como mandaba la tradición, con el fin de quitarse una boca de casa, sin pedir permiso a nadie y menos a ella, desposó a Mariem con el hijo del carpintero Jacob. Este novio no era ya ningún muchacho porque a la sazón ya rondaba los cuarenta, pero pese a su edad Josué que así se llamaba el elegido era  hombre de religiosidad probada, apocado, pusilánime y timorato; según se ve hasta los desposorios con Mariem no había conocido mujer. Josué ejercía el oficio de carpintero autónomo por su cuenta igual que su padre y su abuelo llamado Mattan.

         Josué como ya se ha dicho era veintidos años mayor que Mariem, de él se sabe a ciencia cierta que era algo corto de talla como así mismo de entendederas y muy casto, al parecer y como ya se ha dicho por pasiva y por activa jamás había conocido íntimamente mujer por lo que se deduce que se daba al onanismo con cierta frecuencia, sin embargo a pesar de ser neófito en la materia del coito, nueve meses después de contraer matrimonio Mariem parió un hijo al cual bautizaron con el nombre de Joset. Y un año escaso más tarde Mariem volvió a parir otro hijo al cual pusieron de nombre Iudas, sin tiempo para reponerse, Mariem que se afirmaba como hembra reproductora parió a Simón, y así en éste plan de hembra reproductora Mariem siguió pariendo regularmente; entre los múltiples partos también la dulce esposa de Josué parió alguna hembra, pero como de costumbre no tenemos noticia de sus nombres ni de la cantidad de ellas.

         Sin embargo el deseo oculto de la joven esposa de Josué a pesar de parir cual roedor no se veía cumplido, porque su deseo más ardiente era poder parir un hijo el día de Navidad. Mariem lo ansiaba más que nada en la vida y lo comentaba con su marido, este le decía dulcemente, mientras acariciaba la hermosa trenza de negros y lustrosos cabellos de su esposa:

         -Mariem, dulce esposa mía, ten paciencia, recuerda que los designios del señor son imprevisibles y cuando El lo tenga a bien nos premiará dándonos un hijo como es tu deseo para celebrar la Natividad, ten siempre en cuenta amada esposa mía que nada se mueve en éste mundo sin intervención ni la voluntad divina del Todopoderoso.

         Para apoyar estos buenos razonamientos Josué se entregaba a la práctica del coito conyugal como un poseso, sobre todo los días entre el veinte y veinticinco de marzo, llegando a llevar el glande de su buena verga casi en carne viva, porque Josué a pesar de ser medio tontorrón gastaba buen mango y le gustaba y se entregaba al folletage más que un hambriento a un jamón.

         A los veintitrés años Mariem parió a Jacques, y tras este último parto, Josué que ya rondaba la cincuentena se sintió algo cansado y aflojo bastante en su hasta entonces excesiva  concupiscencia, pero Mariem que como ya se sabe era bastante más joven y muy caliente sin llegar por ello a ser ninfómana, por respeto hebraico no le decía nada a su marido, pero echaba de menos los embates sexuales a los cuales la tuvo sometida durante siete u ocho años Josué y la mujer se había acostumbrado a ellos porque en realidad eran lo único que alegraba su existencia y componían para ella una delicia.

       Un día de radiante de primavera, precisamente 25 de Marzo, día de la anunciación, Mariem se hallaba sola en su casa triando un buen puñado de lentejas y preparando la cena del Sabbat, mientras completamente despreocupada canturreaba una canción de Mocedades, grupo muy a la moda en aquellos años, cuando de pronto llamaron en la puerta.

         -¿Quién es?- preguntó Mariem en lengua aramea que es la sola que por ser analfabeta hablaba la mujer no sin cierta dificultad.

         -Ave Marium-, contesto en latín la voz masculina de un apuesto soldado romano perteneciente a la tercera escuadra del segundo tercio de la infantería legionaria destacada en Galilea, el cual en ese momento preciso hacía su aparición en el dintel de la puerta, por la cual y para entrar en la estancia tenía que agachar la cabeza, tal era la estatura de este soldado vestido con sus mejores galas, sus numerosas condecoraciones, sus relucientes bronces y su brillante espada.

         La figura al contraluz del soldado parado en el portal de la casa, con los destellos que el radiante sol galileo producía en los bronces de su coraza, debemos reconocer sin avergonzarnos ni siquiera un poco, que tenía aspecto de una aparición celestial. Mariem quedó suspensa ante tal visión, pues cabe decir aquí que ella jamás había visto un hombre tan alto, ni rubio, y menos de ojos azules y con aquella impresionante presencia.

          -¿Qué es lo que deseas de mi o de mi casa noble extranjero?- Preguntó Mariem embelesada con aquella visión.

         -¿Tu ser mujer de Josué carpintero? Inquirió el militar en mal arameo.

         -Si soy yo, ¿para que necesitas al carpintero?

         -Carpintero venir conmigo, general mío jefe de tercera legión Livium Fornicus amigo personal de Poncius Pilatum querer encargar muebles para palacio.

         -Pues vaya fastidio, mi marido no esta en estos momentos en casa y todavía tardará bastante en llegar porque esta colocando ventanas en las casas baratas, esas que han construido los sindicatos. Así que si quieres lo esperas aquí y si no vuelves dentro de tres horas por lo menos, si te apetece para que la espera no se te haga tan larga puedo ofrecerte un vaso de un rico vino de Hispania el cual dice mi marido que entona el cuerpo.

         Un legionario no desprecia jamás un vaso de vino, de manera que el militar se sentó en la mesa y Mariem sacó una jarra que mal medido cabría un litro y medio de vino y una escudilla de barro muy limpia, el militar se sirvió una primera escudilla la bebió aprobó con la cabeza y se sirvió otra, y ya con ella en la mano le dijo a Mariem entre otras cosas, que él se llamaba Gabrielus y que no era romano sino celta del noroeste de una península situada al otro extremo del Mare Nostrum, llamada Hispania, de donde también procedía el vino, pero que por razones económicas como casi todos sus vecinos había emigrado a las Galias y tras tener varios tropiezos en Lutecia con la policía se enroló en la legión extranjera romana.

          Mientras hablaba el legionario no paraba de beber y cuando ya la jarra estaba en las últimas el militar con una euforia desbordante debido a la ingestión del hispano caldo, invitó a Mariem a trincar con él; Mariem le dijo que no, porque no lo permitían las leyes judías y además no tenía costumbre, a lo que el “lejia” le contestó filosóficamente que nadie está acostumbrado a nada hasta que se acostumbra, lo cual provocó una gran carcajada en Mariem dejando con ello ver dos hileras de blanquísimos dientes que tuvieron la virtud de encender el deseo carnal en el guerrero celta.

         Bebió Mariem una escudilla de vino por no hacer desprecio y otra por aquello de que con una pierna se anda mal, y en menos de una hora entre risas, bromas y que si esta va por ti y esta otra por aquel apuraron entre los dos una ánfora mediana, empezaron otra y ya sin saber cómo ni de qué manera Mariem se encontró tendida en la colchoneta entre los brazos de aquel fornido súper dotado y rubio galaico, el cual le murmuraba al oído mientras la fornicaba salvajemente aquello de:

         -Ondinhas venen, ondinhas venen, ondinhas venen y van, no te vayas rianxeira que te vas a marear.

          Mariem no comprendía nada de lo que cantaba el militar pero aquel canto le sonaba a coros angelicales, lo cual le provocaba un orgasmo desconocido, continuado y que era como para perder el sentido; en una palabra que Mariem subió al cielo, ese del cual había tanto oído hablar pero que nunca había visitado y vio en él al padre, al abuelo y al bisabuelo celestial más todos los santos y ángeles habidos y por haber.                   

         Después de los embates del guerrero celta Mariem quedó como transpuesta con una sonrisa de felicidad dibujada en sus carnosos y sensuales  labios; de esta guisa estuvo casi media hora hasta que poco a poco fue recobrando la consciencia e intentó atar cabos para comprender lo que allí había pasado, pero por mucho que le daba vueltas al asunto no conseguía recordar con nitidez lo ocurrido, (tal vez por culpa del morapio), lo único que tenía claro es que había pasado por un trance delicioso y que en ese momento aún sentía en el fondo de sus entrañas un bien estar desconocido hasta entonces.

         El legionario con la tripa llena de buen vino y los testículos vacíos, estaba medio dormido sentado en una cómoda hamaca en el zaguán de la puerta y allí estuvo esperando hasta que llegó el carpintero con el cual tuvo una pequeña conversación que aquí no viene a cuento y se marchó por donde vino.

 

         Un mes después de este suceso, Mariem comprobó que estaba preñada. Muy serena y segura de ella misma se lo comunicó como en otras ocasiones a su marido, al mismo tiempo que le dijo que el mes pasado mientras limpiaba lentejas había  tenido una especie de extraño éxtasis en el cual se le había aparecido un arcángel llamado Gabrielus rubio de ojos azules vestido de guerrero y que ante tal aparición ella había caído presa de un sueño muy profundo, en el cual tuvo la impresión de que el arcángel depositaba en sus entrañas un polvo muy placentero que la dejo inconsciente durante unos minutos y desde entonces un nuevo deseo hasta entonces desconocido había nacido en ella.

         Josué le dijo que no se preocupara porque el Señor velaba por ella y si lo que le había ocurrido era designio de El, no podía pasarle nada malo.

         Pasaban los meses y Mariem engordaba al mismo tiempo que acabadas de construir las casas baratas de la sindical, Josué tenía serias dificultades para encontrar trabajo en Nazareth. Josué no llegaba con las cuatro chapuzas que realizaba para pagar el alquiler de la casa, mantener su numerosa familia, colegios, papillas, túnicas, sandalias, pagar seguros sociales e impuestos empresariales etc.

         Una tarde estaba Josué como de costumbre jugando al tute en la taberna con tres desgraciados como él, cuando se acercó a la mesa su amigo Ángel:

         -Que la paz de Dios sea con todos vosotros hermanos saludo Ángel, y en tu alma respondieron los presentes, shalom.

          Josué dejó la partida y junto a su amigo se sentaron en otra mesa pidieron de beber y como por empezar la conversación Ángel le preguntó:

         -¿Cómo te van las cosas y el negocio? amigo mío-.

         -No muy bien-, respondió Josué, -en estos momentos las estoy pasando muy canutas porque lo de las casas baratas se ha terminado y ahora el trabajo es escaso y mal pagado, estoy esperando una contestación para realizar unos arreglos y fabricar varios muebles en casa del gobernador, pero ya veremos lo que pasa de momento como se suele decir, las cosas de palacio van despacio.

         -¿Por qué no te vas de una puñetera vez de aquí? Con las manos que tú tienes en Jerusalén te harías de oro.

         -Hombre, pues justamente me lo estoy planteando seriamente, porque de cualquier forma como pertenezco a la familia de David tengo por fuerza que ir a Belén para empadronarme, cumpliendo el decreto del emperador Cesar Augusto por el cual se obliga a empadronarse a todo el mundo, yo lo debo de hacer en Belén que como tú sabes es la ciudad de David, y si veo que las cosas están medio bien a lo mejor me establezco allí, aunque solo sea una temporada.

         Pues harás bien porque parece ser que desde que Judea es provincia romana no paran de construir vías de comunicación, templos y palacios, de forma que hay trabajo para parar una carreta tirada por seis bueyes.

         Después de esta conversación con su amigo Ángel, Josué se fue para su casa y una vez en ella sentado en la mesa ante  un plato de verduras refritas con ajos, mientras engullía estos manjares hizo parte a su mujer de la conversación que había mantenido con su amigo, acto seguido Josué  le explicó su plan, el cual consistía en que primero se iría él y luego según viera el asunto ya decidirían entre los dos lo que más convenía hacer; pero Mariem tras haber escuchado atentamente a su marido, le dijo que a ella no le hacía ninguna gracia el quedarse sola y preñada en casa; lo mejor sería que dejaran los chicos en casa de su prima Isabel y viajaran los dos a Judea y que fuera lo que Dios quisiera.

          El viaje a lomos de burra era un palo de mucho cuidado teniendo en cuenta el estado avanzado de gestación de Mariem, pero la suerte ya estaba echada y por más que el bueno de Josué intentó persuadir a su dulce esposa alegando de que era una verdadera locura hacer semejante viaje en su estado y no se sabe cuántas cosas más, Mariem tozuda como la burra que debía de cargar con su embarazado cuerpo no se bajo del burro nunca mejor dicho y aunque no muy convencido Josué aceptó el viajar junto a su dulce y embarazada esposa.

          Unos días después dejaron los chicos con su prima Isabel como ya habían convenido, cargaron la burra con lo que ellos consideraron más imprescindible y encomendándose a los designios del Señor todo poderoso iniciaron juntos esta primera aventura. Una vez llegados a la capital si el Señor así lo disponía, buscarían trabajo y casa para vivir decentemente, de forma que una vez instalados pudieran hacer venir a sus hijos y vivir todos en buena armonía y en la paz del Señor.

          Josué alabando sin cesar al Creador y Mariem preñada de más de ocho meses, anduvieron por aquellos caminos sin asfaltar varios días comiendo lo que buenamente podían y durmiendo en las pajeras que encontraban. Josué no cesaba de alabar al Señor y pedir que Éste lo guiara, pero al parecer el Creador de todas las cosas  no estaba por la labor ni oía los ruegos del carpintero o también puede ser que éste no comprendiera los signos que Dios seguramente le enviaba. Cabe la posibilidad de pensar que Josué confiando plenamente en Jehová no se había provisto de mapa alguno y desorientados  por completo se perdieron por los caminos.

         Acamparon en un prado y  fueron pasto de bandoleros y rufianes sin escrúpulo alguno, los cuales actuaron con inusitada violencia robándoles gran parte de sus pertenencias, el escaso dinero que Josué llevaba escondido entre sus prendas íntimas además de sufrir éste una tremenda paliza por negarse a entregárselos por las buenas, y casi todos los víveres que llevaban para subsistir.

         Tras esta terrible desgracia todavía anduvieron varios días Mariem a punto de explotar y Josué medio baldado por la tremenda paliza recibida por los rufianes dando sin parar gracias a Dios por los favores recibidos. Faltos completamente de víveres y completamente extenuados tres o cuatro días más tarde una fría tarde por fin llegaron  muertos de hambre a las inmediaciones del pueblo de Belén.

          El panorama era desolador a esas horas de la tarde noche no se veía ni un alma, además no conocían a nadie, ni tenían víveres, ni dinero para comprarlos, alojarse en posada ni fonda era imposible, de manera que encomendándose al Creador y poniéndose en sus manos, se quedaron a dormir en una cuadra abandonada y medio derruida que encontraron en la afueras de este inhóspito pueblo al cual Josué pertenecía por familia.

         Un par de horas después de haberse instalado en la cuadra ya bastante sosegados aunque molidos, en la puerta de la cuadra apareció un buey, a Josué medio delirando por el hambre, el rumiante animal le pareció una vaca y postrándose de rodillas empezó a dar gracias al Señor creyendo que era como un maná divino cual lo hiciera en tiempos de Moisés, con el fin de tener leche con la que alimentarse y no perecer en aquella empresa que ambos habían emprendido por designio expreso de Javeh.

         ¡Mariem! Esposa mía, exclamó Josué lleno de júbilo. Mira el Señor nos envía una vaca para que podamos alimentarnos con su rica leche.

         Josué, esposo mío, tú no tienes remedio, le dijo Mariem mucho más prosaica que su marido, desde donde estas si agachas un poco más la cabeza te darás perfectamente cuenta que lo que le cuelga a este hermoso cornúpeta entre las patas no es precisamente un braguero, si no un par de cojones que ya los quisieran para sí mismo muchos que andan presumiendo de machos por ahí.

          A las once de la noche en punto Mariem empezó a sentir los primeros síntomas perdiendo aguas en cantidades alarmantes y así estuvo perdiendo entre grandes dolores hasta medianoche en que asistida solamente por su marido y la Divina Providencia dio a luz a un hermoso niño rubio de ojos azules, lo cual fue tomado inmediatamente por un milagro vista la disparidad que el bebe presentaba respecto a sus progenitores y hasta de su supuesta raza.

         Mariem completamente desfallecida y Josué atribulado sin saber lo que hacer ni que pensar, miraban embelesados al niño en silencio, rotos de fatiga y de cansancio, muertos de hambre, cuando de pronto oyeron unos cánticos que venían de lejos.

         -¿Oyes como yo amado esposo mío?, ¿Acaso deliro? ¿Qué cantos son esos? -Preguntó con voz tenue Mariem.

         -Son villancicos amada esposa mía, villancicos a la gloria del señor que cantan los pastores, dulce Mariem madre de mis hijos-, le aclaro su marido, has de saber blanca y candorosa paloma que esta noche…. es noche buena y mañana Navidad.

         ¡Aleluya! -exclamó Mariem invadida por un súbito júbilo-, ¡Alabado sea  Jehová!.

         A pesar de su extrema fatiga su cara resplandeció por un instante y alzando los brazos y las manos por encima de su cabeza, con la mirada puesta por uno de los innumerables agujeros que había en el techo de la cuadra en el estrellado cielo, volvió a exclamar: ¡Bendito sea Yaveh y el arcángel san Gabrielus!, por fin mis deseos se ven cumplidos, he parido el día de Navidad. Y sacando un hermoso pecho por el escote de la fina blusa de lino, ofreció el sonrosado pezón a su hijo recién nacido el cual ajeno a la situación mamó de la rica leche afanosamente como si en toda su vida no hubiese tetado.

 

         A los ocho días de nacer Josué llamó a un rabino para proceder a la circuncisión del niño. Prepararon el acto y el rabino cuando tuvo en mano el miembro sexual del bebe del cual debía de cortar el prepucio, exclamó admirado, vaya pedazo de rabo que tiene este chaval. Este chico hará historia, vaya si la hará, vaticino gravemente el rabino, y tras esta aseveración le impusieron el nombre de Iesús.

         Y nada más, amiguitos y amiguitas si sois buenos y obedientes otro día os contaré alguna de las andanzas más notables del Judeo-Celta Iesus de Belen que no de Nazareth.

         Hasta entonces recibir un abrazo de este que os quiere y no os olvida.

                   El autor J.M.M.

      Es un extracto extraído de algun evangelio imaginado por Don Jaime de la Estanca de Alcañiz,  conde de Machetti

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