canto al tirano
ESTE CANTO FUE COMPUESTO EN SABIÑANIGO (Huesca) Y BEDOUS (Francia) POR JAVIER LORIENTE MOSTEO Y JAIME MUNIESA MONZON EN SEPTIEMBRE DE 1975, MES EN QUE SE PRODUJERON LOS ULTIMOS CINCO FUSILAMIENTOS EN ESPAÑA.
como el ordenata es frances pido perdon por los acentos que faltan.
He roto en llanto
al no ver tus ojos tristes
cuando condenabas;
he observado con pavor
tus manos al aire
demasiado nervudas
con membranas de murciélago;
tan acostumbradas a la rapiña
se te deformaron.
En tus ojos de cristal
fijé por enésima vez la mirada
y comprendí que allí
nacía la ira del mundo.
tus ojos no eran capaces
de ver el infinito horizonte
de la planicie que es tu país
llena de crímenes horrendos.
Tú abominable conciencia
te hizo entender como justa y santa
la represión acumulada
contra los héroes que portaban
un puñado de verdades, sin armas,
con las ropas desgarradas
y el corazón lleno de ansias.
Nos parecía mentira
tu descarnada voluntad de monstruo
sumándose a tu nefasto destino,
mientras nacíamos y moríamos
ante tu impertérrita presencia
de amo engordado inmune al tiempo.
Tu lengua de zapato abierto
llena de la inmundicia de tu casa,
ha dirigido impenitentemente al país
con precisión mecánica,
repitiendo los mismos equívocos
falaces y desaprensivos;
apoyándose en la dialéctica
de la sangre del vencido.
Vino el grito ahogado
ya en el estomago de la angustia primera,
convertido en un estertor ventral y ridículo;
mediante tu deplorable sistema de valores
al pueblo llamaste "hijos" y tu te hiciste "caudillo"
La farsa comenzó con los secuaces,
pelotilleros danzones
viles rastreros, cabrones
que a coro te jaleaban;
ventrudos vencedores generales
sebosos, cebados como cerdos,
cuyas gargantas polutas de sangre fresca
vitoreaban tu nombre y loaban tu gloria.
Ahora ya, en tu ocaso
ves avanzar nuestra juventud
y no puedes pararla,
los ídolos y los mitos
van cayendo poco a poco,
loco viejo megalómano,
borraremos tu nombre
cuantas veces lo escribiste
o lo mandaste imprimir,
todo fruto de tus enfermos genes
será quemado para que se pierda
en la oscuridad con asco.
Para que nadie pueda recordarte
si no es para encender la ira justa
limpiaremos las paredes
en señal de desagravio;
tu nombre y tus símbolos
que mancharon nuestros muros
perecerán para siempre
sátiro, inmundo súcubo.
Volviste nuestra sangre
en agua mansa estancada
con parásitos de lo corrupto;
apagaste la luz de nuestras vidas
en el primer momento del parto;
llevamos impresa tu marca de amo
a fuego, a sangre quemada
en nuestras frentes inocentes;
nos arrojaste a todos al fondo,
a la sima de tu abismo de locura,
tu, deleznable personaje
de una tragedia que se creía imposible,
demonio viviente
expulsado de los infiernos,
ogro monstruoso e insaciable,
la muerte te segara y serás
vil rastrojo para la quema.
Ya no tienes enemigos
porque los mataste todos
a golpe de bayoneta
a golpe de decreto
y la ridícula verborrea de tu parte
destruyo las mas lúcidas respuestas,
los mas angustiosos lamentos
enterrándolos en el secreto de nuestros corazones.
Inundaste nuestras casas
con la desgracia que trajeron tus rufianes,
servidores de estomago agradecido;
tus metralletas apuntaban a nuestros ojos
absortos por la farsa que vivimos,
habiendo perdido el sentido del tiempo
porque crecemos en la vida sin edad
ante la omnímoda presencia de tu carne.
Ahora sí, viejo senil y decrépito
te vemos solo plagado de úlceras
tus testículos ya no pueden procrear
fieras salvajes con tu porquería,
la ceniza se vislumbra en tus ojos y en tu frente
y los ácidos de tu vientre se vuelven contra ti;
buitres carroñeros vendrán
para desgarrar tus podridos restos:
eres árbol muerto sin raíces
y con tu muerte, los cañones enmudecen.
Has ennegrecido las canas de nuestros padres
arrancándoles de cuajo el alma
con tus humillaciones;
ellos que te mitificaron lo esperaban todo
y, jóvenes aún, se hicieron viejos sin ilusiones;
desesperanzados héroes de una sangre
vertida y podrida para nada.
Les hiciste creer en tu estado de mierda
y lo adornaste con una alianza pútrida:
La iglesia reconocía tus méritos
y los obispos giraban alrededor de ti
como pigmeos desnudos y drogados
en una danza perpetuamente macabra.
Con tantos años de feroz absolutismo
las palabras ya no se reconocían a sí mismas,
las gentes se odiaban entre sí,
nos matabas con salarios de hambre
mientras te proclamabas portador elegido
de valores divinos.
Te endiosaste convirtiéndote
en un vil becerro de oro;
los niños crecían ante tu mirada imperiosa
de amo absoluto, poseedor
de la vida y de la muerte.
La memoria del tiempo y de la edad
a través del viento y del recuerdo
es un registro implacable
y allí permanece con sangre escrita
una historia de sórdidos deshechos
acumulados en un grito.
Hay recuerdos de caminos cortados
que iban a la esperanza
recorridos al alba por valientes
que tuvieron el coraje y la magia de la fe
necesarios para la aventura
que se estrello por el alud de tus esbirros.
Hay recuerdos de campos fértiles,
graneros de esperados frutos,
donde ya no crecerán posibles primaveras,
devastados como quedaron
por tus brutales huestes.
Hay recuerdos de vidas truncadas,
de abriles incumplidos,
de sueños no vividos
por tantos inocentes absortos
ante el odio desplegado que azoto
al país, zarandeado como el viento
desgaja las ultimas hojas
de un otoño inmerecido.
Hay recuerdos de pensamientos
que no nacieron,
de testimonios no escritos,
de palabras no articuladas,
de genes que no procrearon,
de poemas no hechos
ni en el silencio de uno mismo,
!cuanta oportunidad para el lamento!!
Hay recuerdos de gargantas cercenadas
cuando eran tallos en flor
que no emitieron el gorjeo de la vida,
que no pudieron echar raíces,
que no vivieron nueva primavera
que los madurara.
Hay recuerdos de labios límpidos
que ausentes no besaron,
de amores no ejercidos
como trozos de vidrio rotos
que nadie pudo profesar.
No, no hubo en verdad
verso a verso para hacer
invitación a la vida
que fue banquete de privilegiados.
Existen recuerdos como brasas,
la pira de un dolor no apagado
ni en los crudos inviernos de tantos años;
no, no hubo dolor suficiente
ni llanto huérfano para apagarlo,
como si no hubiéramos lamentado poco
tantas desgracias juntas
con torrenciales vertidos de sangre y lagrimas.
Existen estigmas que se reproducen
y traspasan la falsa venda
de tantas falacias masculladas,
feos muñones delatores
en la conciencia y en la carne mutilada,
heridas a corazón abierto
como llagas galopantes
que cubren nuestro cuerpo.
Hay una conciencia atenazada
donde tras su nombre se esconden
parapetados por el silencio mantenido
recuerdos de hierros asesinos,
vueltos hacia nosotros
así en la guerra como en la paz,
de padres y hermanos cuya sangre
es reverdecida en nuevas muertes.
Para los verdugos endemoniados
nunca anochece, no hay descanso
que posibilite la conciencia de los hechos,
el recuento de víctimas que haga comprender
cuan estéril es una vida abatida.
La memoria constatara
cuantos somos, cuantos pudimos ser;
lo que sabemos de nosotros
es nuestra albacea de secretos abandonados,
es la única posesión que test amentamos;
es el índice de nuestro ser personal
que registramos pacientemente;
es todo lo que nos rodea y somos isla
en un mar de calamidades
que no merecimos y nos ahogo
en una aurora de cielo negro
subidos al caballo de la tortura,
en el potro de los tormentos
impunemente ajenos y propios,
pues todos éramos victimas del mismo dolor
en que se convirtio nuestra existencia.
Existe una generación de hombres
marcada a fuego lento,
nacida bajo tu manto de vampiro
desnaturalizados por una infancia no vivida
que ha cumplido total la edad
posible en la vida y en los sueños,
niños que nacieron precipitados
por el ruido de los bombardeos
y andan perdidos por el mundo
como ensordecidos y ajenos,
traumatizados por visiones
de demonios que viven en los tejidos
de su carne frágil y transparente
carne de aborto despedido,
criados a la desventura y rapiña.
La memoria nos precipita
por una suerte de caminos pedregosos
hasta un laberinto de noches
y cuevas angostas sin techo,
donde los huesos calcinados
de muchos muertos sin fecha
yacían carcomidos y sin nombre;
presas de animales desconocidos
cuyos ojos brillaban en la oscuridad
como una inmensa amenaza
creciente de destrucción y muerte;
no nos permitía paso en falso,
sus garras eran cuchillos lacerantes
que solo intuían en la propia desesperación
de quienes se sabían enterrados en vida,
las carnes ajenas, el corazón desmembrado;
el rugido y el bramar ensordecedor y temible
impedía hasta los mas íntimos susurros
de la conciencia y de la palpitación
que emanaban del sentimiento;
a veces, soñolientos en la vigilia
sus aullidos de fieras hambrientas
nos atemperaban los tuétanos
entumecidos por el terror contenido;
sus fauces abiertas y festejantes
para una bacanal diabólica
babeaban de delirio;
sus colmillos de acero
bruñidos por el uso frecuente
relucían reflectados
por nuestra mirada pavorosa;
por encima de nuestras cabezas
revoloteaban impíos vampiros
bestias sedientas de sangre
que chupaban hasta el pus
de nuestras carnes heridas.
Allí vivimos y tanteamos
todos los monstruos fabulosos
que el hombre han inventado;
esperpénticos monstruos marinos
vestidos de escamas ensortijadas
y de espadas asesinas,
todos los monstruos terrestres
de crestas petrificadas
ojos de vidrio y piel de asfalto,
cíclopes adornados con oropeles,
todos los monstruos aéreos
de afilado pico de muerte,
heraldos negros metálicos
que incubaron huevos de destrucción
al calor de su seno bajo sus alas.
En aquella oscuridad
nos convertimos en espeleólogos del alma
como única actividad posible
acuciados por urgencias interiores
rebeldes e incontenibles,
urgencias que nos movían
a un intento de salvación,
una ascensión hacia la luz,
para florar a una vida desconocida
la vida alegre de los seres libres.
Este desfiladero de muerte,
como una sepultura viva,
hizo de nosotros cantores
De una perpetua oración fúnebre
por nuestro propio holocausto.
Hemos entonado cantos solemnes
de funeral y de muerte
ante un verdugo que nos miraba impasible
y elegía desde su sitial de oro
la víctima de cada día
con trompetas y tambores fastuosos
que anunciaban la ceremonia.
Las fronteras del abismo
fueron desbordadas
por el caudal contenido
en el corazón apresado
de cada uno de nosotros
en la esperanza de que un día
nos reconoceríamos desnudos y nuevos
ante una tierra que nos vio nacer
y no recordábamos,
ante unos campos de labor
con las malas hierbas crecidas
por el abandono y el ostracismo
a que se vieron obligados
perdidos en la memoria,
ante unas casas tambaleantes y viejas
por la lujuria del tiempo,
con grietas montando hasta el techado….
pero brillaban la esperanza
y la fe renovada espléndidamente
como si de un pacto se tratara;
una alianza de sangre sellada
con la tierra, entregándonos
a un trabajo decidido:
había tanto que hacer,
tanto que construir,
tantas cosas que recrear
con el esfuerzo,
con la imaginación,
con la ilusión de los justos.
La gran privación fue la vida
la vida, la vida, la vida....
hasta hacerla inexistente y huésped
la vida para vivirla,
libremente,
la vida para premeditarla,
libremente,
la vida para reírla y llorarla
libremente.
La vida para saltar a la arena y lidiarla
libres, libres
de restricciones impuestas,
de valores engañosos.
La vida como derecho, opción y trabajo
libres, libres
de consignas, servidumbres y deberes
opresores.
La vida para romper el horizonte marcado
libres, libres
de miopías, de fronteras taimadas
líneas señaladas.
La vida para echarse andar los caminos
libres, libres
de barreras y controles que impiden
la marcha.
La vida para ser árbol crecido
para ser tratado sin fin,
para no odiarse entre hermanos,
la vida perla de ostra que deberíamos abrir.
La vida para ser canto de muchas voces,
para vivir más adentro
para respirar en el pulmón del oxígeno,
la vida como una tierra que roturar.
Contra la vida como tenaza
que comprime y ahoga,
la vida abierta de horizontes infinitos
donde proclamar el eco de libertad.
Contra la vida como historia personal
de heridas y cicatrices abultadas,
la vida como manantial de vida,
como brote natural de salud.
Contra la vida de murmullos quedos
de luces mortecinas, de sueños oprimidos,
la vida como volcán en erupción
que no se extingue.
Años de barbarie
que poblaron nuestras mentes
de visiones dantescas,
de horrores indescriptibles
que aplicaste sañudamente
como penitencia obligada
contra unos pecados nunca cometidos
en tanto que nosotros éramos inconfesos
de tus locuras y delirios de grandeza demoniaca.
Destruiste valles y montañas
para evitar la caja de resonancia
que produjera el eco de nuestro clamor,
el clamor de nuestra denuncia.
Años de desolación
envolvieron nuestras vidas
de secos deseos de vivir,
agotados ya, siendo manantiales
de angustias reprimidas
en lo más oscuro de nuestros hogares
-no fuera a delatarnos-
para una putrefacción
que con el peso de los años
fue invadiendo la casa entera
mientras contemplabas pacientemente sádico
cómo carcomía la lepra,
cómo remontaba el dolor,
cómo supurábamos hambre
de justicia, de libertad, de vivir
y nos dabas de comer
llenándonos los oídos de mierda dialéctica
contra unos enemigos que tu inventaste
y que no existían en todo el planeta,
cuando el único enemigo eras tú mismo:
el dios que llevabas dentro,
tu contumaz personalismo
de diablo rebelde,
que no soportaba sombra ni competidores.
Momificaste nuestros cuerpos
con un afán desmedido
de atajar, de impedir, de cegar la mirada
en querella con tus miedos.
Años de arbitrariedades
arrollándonos a un remolino
de aguas venenosas
lanzándonos contra los riscos de la rocas,
golpeando con el mazo de tus leyes
convertidas en montañas de papeles
en una burocracia infernal y hastiosa
donde imperaba el desahucio
de los pobres, de los débiles
que enriqueció el erario,
el erario de los que te protegían
y tu propio poder ensoberbecido.
Echaste contra nosotros
tus propios demonios pestilentes,
la baba rabiosa de tus perros,
por tu hocico salían despedidas
llamaradas de fuego como un dragón
solitario en su infierno
donde nadie podía acercarse,
en posesión de una doncella pura
que era el alma de nuestro pueblo,
acojonada ante tu risa histérica.
Años de destrucción
que lo arrasaron todo
convirtiendo ciudades y campos
en parajes inhóspitos
ensombrecidos por la tragedia aciaga
de las ilusiones rotas,
del destino de cuantos hombres
las levantaron a una pujanza merecida
y que consumieron el corazón
en una condena de por vida
en tanto proclamabas tu benevolencia
de zorro felino y traidor.
Nadie podía acercarse a ti
tu piel era espadas en punta,
puerco espín de puñales asesinos,
tu boca era la boca del infierno
nido de tus pestilencias,
tus manos pezuñas desgarradoras
garfios ahogadores como máquinas
incansables para matar,
tus pies más veloces que el viento
en la hora de la muerte.
Todo nuestro ser fue penetrado
por el viento seco de la muerte
sucio asalto perpetrado
contra los despojados,
una mañana fresca y clara
en la que renovábamos
el trabajo cotidiano.
Fue el estampido del pistoletazo
empuñado por las crueles manos
de los cegados en el corazón
que ensombreció el deseo
e hizo caer al suelo la esperanza
herida en lo mas hondo
La curva y enemiga de la guadaña
rasgó el aire en dos
y brotaron gruesas gotas
de sangre y de miedo
temores ingrávidos
extendiéndose en el horizonte
al paso del cruento amanecer.
He aquí que tristes espigas
doradas para el grano
caían impunemente segadas
en el lodo que lo emponzoñaba todo,
y todo se convirtió en un barrizal
bajo tus pies aplastantes,
en tantos, tan largos y lejanos
años que vivimos
acosados por la epidemia
que hizo de nosotros
anónimos e intemporales
poseedores fatalmente de la muerte.
El llanto es un manantial
de alegrías desesperanzadas
atiborradas en el desván de las desdichas
enterradas en un lamento profundo
que enfermó nuestros cuerpos
y doblego nuestra voluntad.
Lloramos por lo perdido
en el marasmo de la convulsión
que asolo nuestros destinos.
Lloramos porque sentimos
irrefrenables vómitos ante
lo que queda de nosotros,
que ni siquiera deseamos
ni para nuestros enemigos.
Lloramos porque vivíamos
sobre el temor a la delación,
siempre hablando de ráfagas
y estrujando ocultos silencios.
Lloramos porque siempre esperamos
un viento bonancible
que nos llevara a mantener
entera una promesa de vida,
una vida forjada entre todos
y que no pereciera entre los vientos
cierzos fríos y golpeadores
de tantos días aciagos y luctuosos.
Lloramos por cuantas veces
no oímos la voz del exilio
apta solamente
para canciones patrióticas
del propio ser desfallecido.
Lloramos para que nada
vuelva a ser igual
en los posteriores días de tu muerte,
una vez que nuestras casas,
nuestros campos y
los rostros de las gentes
dibujando una vergüenza terrible
griten avasallando la brisa.
Lloramos para encontrar
el rostro que perdimos
entre tantas paredes cubiertas
con el frío mirar de tus ojos,
entre tanta desidia rampante
que pudo contra nuestro empeño
de mirarnos en los espejos
aun temiendo que nos devolvieran
la faz auténtica de tanta desesperación,
envuelta en el barro de las vejaciones.
Las lágrimas como jugo de la esperanza
del fuego que llevamos dentro
brotan incontenibles
para encender de nuevo
la llama de nuestra fe,
espesa lluvia necesaria
que ha de esponjar la tierra.
Porque nacimos en la noche lúgubre
en que tu paseabas como vampiro
para inyectarte la sangre de los débiles,
la herencia de la vida nos fue negada.
Fuimos niños desnudos y trémulos
arrojados violentamente
contra el muro de silencio de hierro
que enmarcó nuestras vidas
Los más crecimos
-desde esa alborada triste-
prematuramente magullados,
atrofiados por los humores que nos crecían
desproporcionadamente
en un haz de desesperanzas,
que nos llevaría a abdicar
de lo que no tuvimos
tiempo para poseer.
El pensamiento, la voluntad
fueron verdaderamente ajenos
desde el acto de amor
en que nos fundieron:
nada delegamos, ningún poder,
ninguna decisión que fueran nuestros.
Toda nuestra vida
-cuerda de presos para la muerte-
fue una gran desposesión
como botín que en un abordaje voraz
interrumpió el latido y el aliento
de unos seres inocentes.
¡Que tristes fueron las noches y los días
sucedidos de una vida irredenta,
condenados a la desposesión
del propio ser arrebatado!.
¿En que nos convertiste?
Fuimos furtivos creyentes
de la última esperanza
a que nos acogimos
como hierro candente
del que dependíamos,
abrasándonos las manos,
rompiendo los diques del silencio
y del solaz de las palabras espartanas
que nos mandabas gritar
para sentirte fuerte.
Fuimos fugaces piratas
de cuanto conteníamos nosotros mismos
para llevarlo a buen puerto,
clandestinos contrabandistas
con un tesoro en las manos
que nos pasábamos unos a otros
seguros de una crianza fructuosa
de ciento por uno,
manteniendo la ilusión, que nadie,
ni siquiera el gran represor
podría arrebatarnos:
Nosotros encarnamos
al sediento que cruza
los desiertos infinitos,
soñando borracheras
obligado a beberse la arena
de sus espejismos atroces
de ilusión y muerte tan repetidos.
Nosotros encarnamos
al inocente en el paredón
apretadas las angustias
desorbitados los ojos
que desesperadamente gritan
¿Por qué?, pero porque?
sin poder escuchar ya la respuesta
que nunca le habrían dado
sus despiadados verdugos.
Hemos visto en el amplio panorama
de nuestras gentes,
que tu convertiste en campo de batalla
como señor de la metralla
crecer la agonía trepadora
por adentro de nuestras casas,
asomándose por las ventanas
oprimiéndonos el corazón
que ya no sentimos,
acobardados por la impotencia
de los ciegos, de los impedidos.
Hemos sentido nuestras manos
enfermas en el deseo,
viendo como no obedecían
al mandato de tantas angustias
en ebullición muy adentro.
Nos parecía que la libertad
era la sensibilidad herida
y nada podíamos hacer contra ti,
en tanto luchábamos
una batalla sorda en el interior
de nuestros sentimientos
como contención de impulsos
que nacían en el manantial
de la rabia crecida;
secretamente alimentada,
en un ansia que nos devoraba
por la ausencia de cuantas cosas
significaban y no teníamos,
soportando actitudes de beneplácito
en nuestros rostros,
curtidos por los edemas
que año tras año fuimos padeciendo.
El color amontonado en nuestras carnes,
en el pensamiento mutilado
fue creando una multiplicidad
de humores tan variada,
que hizo de nosotros muestrario
de horrores y caprichos
solo comparable a la descomposición
de las aguas estancadas,
de los yermos abandonados,
de los cadáveres insepultos,
en nuestra mortal humillación
en nuestras carnes laceradas.
Alzábamos la vista
al paso de nuestros hermanos
y el rostro de ellos nos recordaba el propio….
¡la lástima ya no significaba nada!
¡Cuánto dolor padecido,
toneladas de sufrimiento sobre los ojos
por todo cuanto vimos,
dolor que no se puede recobrar,
dolor tan profundo, tan preciado.
Caíste sobre el país como una noche
perennemente amarga, gélida
y los niños te creyeron bueno en las estampas
el alegre y bullicioso pueblo entro en la noche
para despertar en la muerte de tus días.
Escribimos impelidos por urgencias
que no pueden enmudecerse,
damos fecha pues para que las palomas mensajeras
no descansen ni demoren la noticia.
No reunirá el firmamento truenos suficientes
con que conmemorar tu muerte,
nos romperemos los oídos de gritarnos
“EL TIRANO HA MUERTO”
Sábelo,
porque no perseveraremos
en el equívoco ingenuo:
que nos odiaste desde el primer momento
que sembraste en nuestros huertos la miseria
cuando éramos vergeles de esperanza,
que nos quitaste el agua de la vida
a quienes éramos pantanos de alegría
que nos llenaste de oscuridad
a quienes bebíamos la luz,
poco a poco, despacio,
a golpe de garrote.
FIN
ESTE CANTO FUE ESCRITO POR Javier LORIENTE MOSTEO Y Jaime MUNIESA MONZON EN SEPTIEMBRE DE 1975, EL MES DE LOS CINCO ULTIMOS FUSILAMIENTOS REALIZADOS EN ESPAÑA. REPASADO Y CORREGIDO POR Jaime MUNIESA MONZON. EYSUS (Francia) AGOSTO DEL DOS MIL DIEZ
1 comentario
carnaval -
Espero tu proxima entrada MAESTRO.