LIBROS
TODOS FUERON MILLONARIOS pagina 155
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El virrey Cirilo gobernó las islas con el mismo desacierto que sus antecesores desde 1843 a 1861; como su pasion favorita era el contar chistes y hacer bromas le apodaron "el gracioso”. A este virrey, como deciamos anteriormente, gran aficinado a inventar y a contar chascarrillos, se le atribuyen algunos de ellos muy famosos que han llegado hasta nuestros días como el conocidísimo -de la pulga y el perro-, que a nuestro parecer tiene más de fábula que de chiste, también cabe destacar el de -la paloma de los huevos de plomo-, que es como para morirse de la risa y por eso y para evitar accidentes no lo ponemos aquí. También el “gracioso” hizo sus pinitos en el teatro, sin obtener el menor éxito, luego se casó, fue cornudo, reconoció varios hijos e hijas, algunos de él, y a la edad de cincuenta y tres años abdico en su hijo primogénito Serafín el cual pasó inadvertido, este virrey por no tener, ni siquiera tuvo mote.
Hubo otros virreyes que cometieron pequeños y grandes errores como suelen hacer todos los virreyes e incluso los reyes, pero por no ser plastas lo dejaremos aquí.
Todos fueron millonarios
La liebre de la discordia.
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En el año 1899, bajo el virreinato de José María alias “el Bigotes” exactamente el día doce de octubre, día de la Manguinidad jornada festiva en Manguilandia y territorios de ultra mar, la isla en medio de la fiesta popular se vio conmocionada y conoció los primeros alarmantes trastornos de la era moderna, y todo ello por culpa de la desavenencia de dos importantísimas familias aristocráticas de muy rancio abolengo, las cuales se enfrentaron entre sí por culpa de una liebre.
Pues veréis, resulta que para festejar la fiesta de la Manguinidad organizaron los duques de Bastaya un ojeo o montaraz cacería, y entre otros ilustres personajes invitaron a los vizcondes de Hastaluego dos de los linajes con más prosapia y alcurnia de la isla. En principio y la verdad sea dicha, la cacería para estas nobles familias era lo que menos importaba ese día, digamos que era la excusa; porque el fin de este acontecimiento era sobre todo el designio que ambas familias habían abrigado en acercar al hijo de los Vizcondes llamado Gumersindo Honorato del santo Ángel Custodio, un muchacho que ya no era tan muchacho, porque vizcondecito acababa de cumplir veintiocho años de edad; lo que pasa es que Gumersindo era como un proyecto a medio acabar, poquita cosa, de carnes escasas, esmirriado muy cegato, con deficiencias físicas y mentales por todos los lados, andaba a trompicones, hablaba con mucha dificultad y tenía un tic que le hacía menear la cabeza de izquierda a derecha como si negara continuamente algo, observando este movimiento una cadencia aproximada de veinte veces por minuto.
A pesar de todo ello como decíamos, los padres tenían gran interés en que el averiado vizcondecito conociese a fondo a la hija única de los duques, la excelentísima señorita Iluminada Begoña Priscila de los Ángeles, la cual además de epiléptica, tenía los ojos continuamente desvariados, la lengua fuera de la boca babeando sin cesar y una pierna y un brazo prácticamente inútiles.
Aquel día fresco de octubre, temprano por la mañana, los vizcondes de Hastaluego acompañados de su hijo, de seis lacayos y dos cocheros, llegaron montados en una lujosa carroza tirada por seis hermosos caballos bayos al palacio de los duques de Bastaya, adonde fueron recibidos con los honores que se suelen dispensar en estos casos.
Se apearon los padres de la carroza y entre cuatro lacayos sacaron como pudieron no sin fatigas al tullido Gumersindo Honorato.
Los Duques de Bastaya para recibir a los vizcondes rompiendo el protocolo se molestaron bajando hasta cuatro escalones de la suntuosa escalinata por la cual se accedía a una esplendida terraza anexa a la entrada principal del palacio, una vez puestos a su altura acogieron amablemente en sus brazos a los Vizcondes y ambos padres y madres después de saludarse bien saludados y de hacerse la mamona repetidamente, dejaron muy bien abrigados a los inútiles vástagos al cuidado de una veintena de criadas y criados variados en el porche del palacio, sentados en sendos sillones de mimbre provistos de un mullido cojín y convenientemente atados para que no se cayeran.
Con grandísima satisfacción comprobaron los padres de los averiados que los jóvenes aunque sin abrir la boca para nada se miraban fijamente, sobre todo el vizcondecito Gumersindo, porque Priscilita a causa de su estrabismo era misión imposible saber si miraba al levante o al poniente; sin embargo a pesar de este inconveniente se podía apreciar con nitidez en ella un cierto entusiasmo, y eso porque la muchacha babeaba más abundantemente que de costumbre; con estos claros indicios de interés demostrado por los infelices futuros novios, entusiasmados los aristócratas por lo que consideraban inequívocos auspicios de felicidad para todos ellos, salieron las dos familias juntas en muy buena armonía presuponiendo que en breve serían todos como una sola familia.
Marcharon al campo los aristócratas bien pertrechados de escopetas y cartuchos, además de seis cientos o setecientos perros de todas las razas y otros tantos servidores domésticos de raza blanca, menos un negro que era el encargado de llevar el parasol de la duquesa y del que se contaban las cosas más extrañas respecto a su devoción por la duquesa y ella por él, pero dejemos estas especulaciones y chafarderías que no conducen a nada bueno y sigamos con el sabroso relato de la cacería.
Pues bien decíamos que salieron los aristócratas esperanzados con realizar una fructífera cacería y sobre todo un buen arreglo para sus estropeados hijos; pero mira por donde, estando estos excelentísimos aristócratas dirimiendo sobre la dote de la alelada, sin previo aviso salio una liebre y tanto el duque como el vizconde dejaron al punto sus discusiones y echándose la escopeta a la cara, dispararon los dos al mismo tiempo; la liebre mortalmente herida, dando un gran salto dejo de correr y se murió.
Y aquí empezó la disputa.
-Vaya tiro que le he metido.
-¡Que dice usted!, perdóneme, pero fui yo el que le di.
-¡Pero hombre de Dios!, como le va usted a dar, si usted no ha visto una escopeta en su vida, usted no es capaz de darle ni a la isla.
-Oiga por favor, sea usted educado y no me toque usted los cojones, todo el mundo sabe que yo con los ojos cerrados tiro cuarenta y dos mil veces mejor que TU.
-Eso no te lo crees tú ni harto de vino; tú no tienes ni puta idea de lo que es una montería real, porque eres es un plebeyo y un arrivista que vive de la fortuna de su mujer y ahora encima de ser un maleducado y un grosero quieres endosarme al tullido de tu hijo para hacerte con la fortuna de mi Priscila. Venga ya, que se te ha visto el plumero, a otro perro con ese hueso.
-Ahora si que me has tocado los huevos de verdad. ¿Pero tú estás bien de la pelota? mira, sabes lo que te digo, primero que es imposible que tu le hayas dado a la liebre porque eres un cegato que ve menos que una polla vendada y luego que te vayas a tomar por el culo, ¡Cornudo!, porque para que te enteres por si no lo sabes, tu mujer te la pega con el primero que se le pone a tiro y sobre todo con el moreno, ese que le lleva el paraguas, porque la señora con el permiso del cegato de su marido es un putón verbenero, una zorra de mucho cuidado. La liebre es mía, pero como eres un miserable te la doy para que la luzcas colgada de tus cuernos o te la metas junto a la babosa de tu hija por el culo, así las dos bien prietas. Mamón.
La sarta de insultos que intercambiaron los excelentísimos aristócratas vamos a omitirlos por no herir la sensibilidad del lector, confiamos en su inteligencia para que él mismo pueda imaginarse como acabó aquella cacería que en un principio se pronosticaba muy alentadora y por decir algo terminó como el rosario de la aurora.
Ni que decir tiene que a partir de este funesto episodio, las dos familias empezaron a conspirar cada una por su lado instruyendo y formando prosélitos para su causa y en pocos días como era ya costumbre en la isla volvieron a las andadas los dos bandos endémicamente y literalmente opuestos, hubo varios conatos de levantamiento de una parte y de otra de la nobleza, también se produjeron varias asonadas, cuarteladas militares y pucherazos de toda ralea.
Solamente en la isla como de ordinario, la masa laboral seguía currando sin enterarse de nada, como siempre pasando hambre y sin decir esta boca es mía.
Viendo el clima de inseguridad que se respiraba en la isla, el vigente Virrey, José Maria el “bigotes”, demostró una vez más, -aunque la verdad sea dicha el vice monarca nunca había demostrado nada, de nada-, que podía estar a la altura de las circunstancias y puso toda la carne en el asador como se suele decir, empleando todos sus conocimientos diplomáticos a fondo y consiguiendo de este modo paliar lo que todo el mundo unánimemente presagiaba, que no era otra cosa que la temida revolución aristocrática y sus imprevisibles pero seguro funestas consecuencias.
Este avispado Virrey en primer lugar mando recado urgente al rey Jerónimo III° Derecha de Manguilandia diciéndole que la isla estaba al borde de un conflicto interior de gran calado, la gravedad era tal, que de no poner con la inmediatez que requería la delicada situación los medios y recursos precisos para atajar el mal estar reinante, posiblemente el conflicto acabase en una sangrienta guerra que con toda seguridad dejaría las guerras pasadas en el olvido, tal era la tensa situación que se respiraba en la totalidad del territorio, de manera que esperaba órdenes y posibles refuerzos de tropas para actuar en consecuencia.
La respuesta del soberano manguilandes no tardó en llegar y no pudo ser más explícita ni lacónica. El boletín escrito y firmado por la mano del rey decía:
-José María: Apáñatelas como puedas que para eso eres virrey y vives mucho mejor que yo, sin responsabilidades y sin darle un palo al agua. Aquí en la metrópolis, si te digo la verdad, estamos hasta los huevos de la isla y de todos sus habitantes incluyéndote a ti el primero; tenéis mi permiso para ir a tomar por el culo de una puta vez por todas. Ojala os parta un rayo a todos.
La respuesta del rey no cogió desprevenido al “bigotes”, pues últimamente las relaciones entre el rey y el virrey no eran todo lo buenas que podían o debían de ser, la verdad es que José María ya se esperaba algo parecido aunque a decir verdad menos radical, en cierto modo casi se alegró, porque la respuesta del rey le dejaba las manos libres para actuar a su libre albedrío, no sabía las consecuencias exactas que podrían derivarse ni en que acabaría aquello, pero en fin así se presentaban las cosas y partir de esta premisa el virrey don José María Flores Chávez cogió el mando con sus propias manos y empleó a fondo todo su saber hacer con el fin de distraer la atención de sus súbditos hacia otros horizontes menos belicosos.
Con la ayuda de sus trescientos veintidós asesores en todas las materias habidas y por haber, organizó veladas y festejos diversos, campeonatos de balón pie, procesiones, rogativas, y además lo mejor y más importante fue la autorización de apertura de burdeles en los pueblos de la isla y sobre todo en la capital; recordemos que estos habían sido clausurados por recomendación papal y edito gubernamental en el año 1707 bajo el mandato del virrey Benigno el Cretino, entre estos lupanares se inauguraron en la capital dos unisexo servidos por putas y putos insulares, más algunos y algunas profesionales del sexo venidos ex profeso de la metrópolis en donde eran materia abundante, entre los profesionales del sexo metropolitanos habían treinta y seis prostitutas orientales, siete ramerillas enanas y tres enanos, uno de ellos negro, pero con un cipote de categoría.
Y aunque cueste creerlo de esta forma tan simple el virrey José María pudo sofocar al mismo tiempo la libídine que tenía excitado al pueblo, las diversas rebeliones militares, los motines en la prisión y tranquilizar a los revolucionarios aristócratas.
La ayuda inestimable de los doctores de la santa madre iglesia, que tras vencer muchas dudas y hacer más cábalas, enseguida se pusieron de parte del virrey y esta ayuda fue capital para apaciguar los ánimos de los exaltados isleños. Aunque cabe decir que al principio su Ilustrísima señor obispo arzobispo con mitra dorada y báculo de oro y rubís don Amadeo del Pinto y Valdemoro, Inquisidor de categoría suprema como el turrón de yema tostada, puso el grito en el cielo por la apertura de los burdeles y la venida de prostitutas y prostitutos metropolitanos, como si en la isla no hubiese suficientes, pero viendo como buen obispo que era que la cosa pintaba en bastos, haciendo de las tripas corazón aunque aparentemente muy reticente por la apertura de los lupanares, intercedió e hizo interceder y no poco acerca de Dios todo poderoso, para que de su divina mano guiara aquel pueblo por el camino de la salvación.
Las medidas tomadas por el virrey ayudado por el señor obispo como se suele decir fueron mano de santo, y una vez por fin calmados los aristocráticos ánimos, con la aprobación del virrey que se retiró en su palacio de verano para descansar tranquilamente, el señor obispo aprovechó la ocasión para imponer una Bula pagadera al contado o bien en cómodos plazos, expiatoria de los pecados cometidos durante la revuelta ya fueran estos cometidos de pensamiento, palabra, obra u omisión, amenazando de excomunión a todo aquel que no poseyese dicha Bula redentora y salvadora.
EL EXTRA MUDO pagina 18 y siguientes
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Un pueblo no sería del oeste si careciera de uno, cuando no de dos Saloon’s, con sus típicas puertas de vaivén, su inmenso mostrador indefectiblemente situado a la izquierda entrando, detrás de este debía estar sirviendo un camarero vestido con camisa blanca y chaleco negro, el papel de camarero no lo podía hacer cualquiera porque en el oeste americano los camareros lanzaban o deslizaban botellas y vasos de cerveza por encima del mostrador con matemática precisión hasta el lugar exacto donde se encontraban los clientes; estos eran hasta una buena docena de cowboy’s algunos acodados en el mostrador, otros de espaldas pero todos fumando infectos vegueros, masticando tabaco, bebiendo Güisqui de maíz o cerveza, cuando no escupiendo en el suelo.
En el fondo del saloon había un piano y por encima de él un escenario donde se producían una docena de bailarinas llegadas recientemente de la vieja Europa, las cuales algunas cantaban y todas bailaban al son de una orquestina compuesta por veteranísimos músicos el French Can, Can, imitando de alguna forma a sus homologas del Moulin Rouge de Paris. Después de la actuación las girls alternaban con los Cowboy’s bebiendo, fumando y algo más si se terciaba.
Las mesas por fin estaban ocupadas por jugadores de póquer, entre los que destacaban los elegantes tahúres llegados del civilizado este, estos eran aventureros jugadores profesionales llegados al oeste con el fin de desplumar a los rurales e infelices Cowboy’s.
En estos parajes del desierto de Tavernas se filmaban sin tregua kilómetros de filmes, destacando las películas de vaqueros o cow boys, en ese desierto se daban cita y convivían sheriff’s honrados y corruptos con bandidos muy malos o bandoleros muy buenos; hombres crueles sin escrúpulos ni entrañas con hombres virtuosos y abnegados hasta lo indecible y como no, también hombres ateos y sin religión con hombres y mujeres religiosos de buen corazón que preconizaban el temor a Dios pregonando por las polvorientas calles del pueblo las maldades del maligno y las virtudes de la religión.
Y allí fue, en uno de estos salones en la ciudad de Wichita Falls después de haber asaltado un tren, cuando Winter hacía parte de la banda de Jesse James, allí delante del mostrador bebiendo güisqui, masticando tabaco y escupiendo por la comisura de los labios fue donde Winter encontró una noche a Virginia; una bailarina que hacía parte de un ballet venido de la Nueva Orleáns, ciudad francesa en aquellos tiempos situada en la extensa Luisiana, vendida años más tarde por Napoleón a los Estados Unidos.
El ballet lo había traído expresamente el director italiano Don Cayetano de la Strada para el rodaje del Western Spaghetti “La mujer que parió un rifle”.
Pero Virginia no hablaba el francés ni era francesa. Ella era española como la tortilla de patata y el resto del ballet. La chica era natural de Cañete, pueblo cabeza de partido de la provincia de Cuenca y a mucha honra que decía ella.
Winter y Virginia por exigencias del guión bebieron, se abrazaron, rieron, y a raíz de esto surgió entre ellos una cierta amistad que días después se transformo en, digamos amor a primera vista; trabajaban, comían y dormían juntos, hacían proyectos y en fin eran felices, a él ya lo conocemos y ella era una de tantas chicas con ilusiones o ambiciones que buscan fortuna en el oeste, aunque este se encuentre en el este y no sea auténticamente americano.
Tampoco la conquense bailarina se llamaba Virginia sino Inmaculada y aunque ya había recorrido todos los salones y hoteles de las ciudades de los estados de Texas, Arizona, Kansas, Arkansas, Wyoming, Idaho y un largo etc. no contaba más que veinticuatro añitos y además de ser muy picarona y simpática, era como un bomboncito del cielo; Winter a pesar de no ser un contumaz macho, estaba encantado con ella y su compañía empezaba a serle indispensable, pero la chica con las cualidades arriba expresadas no tardó mucho tiempo en llamar la atención del millonario y popular productor de películas italiano, el cual la mando llamar y muy a la italiana, -prego bella signorina io sono in admiracione di vostro talento y compañía etc. etc., la invitó a cenar a su casa para hablar largo y sobre todo tendidos, de negocios y otras menudencias que podemos imaginar sin volvernos locos de hacer cábalas. Virginia aún sin la aprobación de Winter que sabía a ciencia cierta lo que el italiano buscaba, por no hacer desprecio a don Cayetano, por otros intereses ocultos o por lo que fuese aceptó.
Por la tarde, vino a buscarla el chofer y guardaespaldas del productor y la condujo a la mansión que tenía alquilada el magnate del cine italiano, la introdujo en el inmenso y bien amueblado salón y una voz que salía de una habitación contigua le dijo:
-Ahora mismo estoy contigo cara amica haz como si estuvieras en tu casa.
Virginia admirada por el lujoso fasto de la casa empezó a forjar en su cabeza un paquete de ideas todas ellas sin fundamento, de un bonito bar muy bien abastecido situado en un rincón de la estancia se sirvió un aperitivo se sentó en un cómodo sofá y se dejo llevar por una repentina euforia, de golpe sintió que navegaba por un mar de ilusiones hasta que la saco de su ensimismamiento el signore Cayetano:
-Bona sera cara Virginia, ¿comme estas?
-Muy bien, estupenda.
-Bueno me alegro.
Don Cayetano sirvió otro aperitivo el cual acabó de poner a tono a la de Cañete, y después cenaron a la luz de las velas opíparamente y tras la cena y postre, en un saloncito anexo al comedor tomaron café, una copita de exquisita grappa, y ya para completar la cena, esnifaron una rayita de cocaína muy pura que un criado sirvió encima de una bandejita de plata. Como se había hecho algo tarde y el cuerpo parecía ser que le pedía guerra y ella estaba dispuesta a lo que fuera, le dio miedo salir de noche y se quedó a dormir en casa del italiano y como ya se ha dicho que era muy miedosa, por no dormir sola, se acostó con él productor cineasta para hablar de negocios y de otras cosas sin importancia.
Al día siguiente Virginia montada en el lujoso automóvil conducido por el fornido chofer, radiante de felicidad se acerco hasta el humilde apartamento que compartía con Winter, abrió la puerta y penetró resueltamente, Winter estaba sentado en un usado canapé de día que ejercía de cama por la noche fumando un cigarrillo y ante la presencia de Virginia como de costumbre no dijo esta boca es mía, ella sin decir ni buenos días se dirigió a un armario, lo abrió y recogió su ropa siempre en silencio, bajo la mirada expectante de Winter que estaba como atolondrado presintiendo la conclusión de la escena, Virginia metió sus avios en una maleta y una vez cerrada miro compasivamente a su novio, hizo un gesto con las manos y al mismo tiempo una mueca con la boca y los ojos como diciendo, lo siento pero así es la vida, luego ya en el dintel de la puerta se giro y puede que por compasión o por pura educación dijo con voz tenue:
Adiós Winter, que tengas suerte.
Winter expectante y mudo siguiendo la pauta igual que en los rodajes de las películas durante todo el tiempo en que Virginia recogía sus avios no abrió la boca para nada, una vez que la chica con la maleta en la mano cruzó el umbral de la puerta reaccionó he impulsado por un sentimiento raro en él dio un salto y salió tras ella, una vez en la calle quiso abrir la boca para decir algo, pero el hercúleo chofer que esperaba en la puerta se la cerró de un tremendo bofetón y tras este pequeño incidente la Girl Dancer de Cuenca montó en el imponente Jaguar del signore Cayetano de la Strada importantísimo productor de películas del Far West spaguetti y se marchó, aunque no para siempre como vera el lector si tiene paciencia y sigue leyendo este verídico relato.
Winter cariacontecido, corrido y vapuleado, tras este fracaso aunque él no estaba enamorado locamente, debido a su dudosa sexualidad, quedó anímicamente muy tocado y para salvar el bache intentó consolarse con una esclava que conoció durante la liberación de los esclavos liberados por Espartacus, encarnado éste en la persona de Kir Douglas.
Esta esclava se llamaba Rosa pero ella se hacía llamar Warda que quiere decir rosa en árabe y era natural de Tetuán, posiblemente de padre cristiano y de madre mora. Warda era muy guapa pero muy golfa y dejada, en cuatro días el pequeño apartamento de Winter parecía una pocilga, ella pasaba el día tumbada en la cama bebiendo o fumando hachich, en ocasiones en compañía de algunos compañeros extras como ellos, con los cuales si la ocasión se presentaba mantenía relaciones sexuales sin cortarse un pelo para nada. Mientras tanto Winter se preocupaba de limpiar y de preparar las comidas para todos y lo peor de todo ello es que casi siempre la compra la pagaba él.
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TODOS FUERON MILLONARIOS pagina 51 y siguientes
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Una vez dispuestas las barcazas de las cuales por supuesto iban bien provistas las carabelas, el almirante mandó sacar la bandera real en las cual estaban bordadas las letras T y G debajo de una corona, iniciales del rey Tiburcio y de la reina Gertrudis, también sacaron las banderas con la cruz azul y con ellas enarboladas navegaron en las barcazas remando durante una media legua hasta que estas tocaron fondo y por fin pudieron el almirante y sus huestes pisar tierra firme en nombre de Dios Todopoderoso, de su hijo Jesús Cristo, de la virgen María, y de los reyes de Manguilandia.
El desembarco tuvo lugar por la parte donde desembocaba un río de aguas claras y caudal mediano.
Como ya era casi de noche y la calma era absoluta, la primera impresión que tuvieron las huestes del almirante Johannes van Yvienen fue pensar unánimemente que aquellas tierras estaban deshabitadas, de modo que el almirante decidió acampar allí mismo y pasar la noche, pero antes que nada a propuesta del padre Baldomero había que bendecir aquellas tierras y celebrar una solemne misa de gracia plena; al almirante la idea no le pareció mal, aunque dado el estado de las gentes y la falta de preparación puso algún reparo sobre la solemnidad de la misa y propuso que esta se celebrara pero que fuera ordinaria, como aquel que dice, una misa para salir del paso, contradiciendo con ello al padre Baldomero que insistía en que la misa fuese solemne, discutieron un buen rato y finalmente el almirante por sus huevos como de costumbre se llevó el gato al agua dejando la solemnidad para otra ocasión más propicia.
Tras la celebración de aquella primera y ordinaria misa por el padre Baldomero vestido con el alba, cíngulo, estola y casulla de los días laborables, asistido por los curas de segunda ordinaria Fulgencio Abad y Rosendo Abed, sacerdotes oficiales de las otras carabelas y varios monaguillos voluntarios, el almirante mando preparar tiendas de campaña para él y su estado mayor, y como el clima en aquellas latitudes era templado tirando a caluroso ordenó a la tropa de acampar y pasar la noche acostados en la playa en espera a que amaneciera para ver que tierras eran aquellas y una vez comprobadas las peculiaridades de ellas actuar en consecuencia.
No obstante aunque todo parecía estar tranquilo, el almirante que aun siendo cristiano, quesilandes y muy liberal era previsor y desconfiado como él solo, mando poner guardias estratégicamente colocados por si las moscas.
Primeras andanzas
A punto día antes de tocar diana, una centinela vino a informar al almirante que desde su puesto de guardia había visto salir humo por encima de una loma no lejana y como es sabido que por el humo se sabe dónde está el fuego, él aunque no era muy espabilado colegía que detrás de la citada loma había un fuego y donde hay un fuego es muy posible que haya personas, por lo tanto cabía la posibilidad de que la isla estuviese habitada por humanos.
Y así era. El almirante tras alabar la perspicacidad de aquel centinela al cual equivocadamente siempre había tenido por tonto, mando formar la tropa pertrechada del armamento reglamentario y abundante pólvora y tras nombrar un numeroso retén de retaguardia al mando del comandante Gervasio Gorrión, salió a la cabeza de una columna de treinta hombres de a caballo y doscientos cincuenta peones de improvisada infantería.
En esta primera incursión tierras adentro, anduvieron con grandes dificultades entre malezas selváticas varias leguas siempre en sentido ascendente hasta encontrarse, cuando las fuerzas ya empezaban a fallar en lo alto de un monte bastante elevado, desde donde el almirante comprobó con la ayuda de su inseparable catalejo que se divisaba aunque bastante lejos el mar por levante y por poniente, también desde ese altozano se divisaban algunos islotes aunque a primera vista parecían poco importantes; por lo cual coligió él solo sin la ayuda de nadie que aquellas tierras en realidad se trataban de una isla larga aunque bastante estrecha.
En la ladera de aquel monte entre la abundante y lujuriosa vegetación divisaron un poblado de hasta una veintena de chozas. Inmediatamente el almirante envió un cabo de primera que sabía de letra y tres ojeadores con buena vista para echar un vistazo e informar detalladamente de lo que ellos dedujesen, inmediatamente los designados previamente camuflados con ramas de arbustos se encaminaron hacia el objetivo designado por el almirante, y cuando el cabo de primera consideró estar a la distancia idónea del poblado mandó tomar posición a sus hombres los cuales colocados estratégicamente en puestos diferentes, convenientemente camuflados entre la vegetación pudieron observar durante seis horas y diez minutos justos, sin ser incomodados por nada ni nadie el trasegar de aquellos extraños moradores y he aquí el parte de información que el cabo primero presentó al almirante:
-Durante la mañana del presente día y por un tiempo aproximado de seis horas y diez minutos, minuto arriba minuto abajo, el firmante cabo primero Antonio Mercado Rivas y tres números, convenientemente camuflados situados a prudencial distancia del objetivo designado por el Estado Mayor de esta expedición han podido observar lo que a continuación se detalla:
-Que el poblado lo componen hasta una veintena de casas redondas de piedra y barro de hasta tres o cuatro varas de altura bajo un techo en forma de cono fabricado con hojas de una clase de palmera común en la isla, debiendo remarcar, que estas viviendas estaban colocadas sin orden ni concierto como aquel que dice al buen tun, tun.
-También observamos que hasta quince o veinte niños jugaban ociosamente en lo que podríamos llamar calle que no estaba configurada como tal y que algunos adultos hombres y mujeres al parecer todos ellos jóvenes iban y venían atareados en sus faenas.
-Que estos nativos o indígenas eran de tez rojiza, gentes posiblemente salvajes, aunque de muy buena figura, no habiendo entre ellos, gordos ni delgados excesivos, tampoco vieron ningún calvo, tullido, ni enanos.
-Que todos los que se vieron eran personas jóvenes no pasando ninguno de ellos la edad de treinta o cuarenta años.
Que todos ellos tanto los varones como las hembras lucían una sorprendente cabellera de negros espesos y encrespados cabellos recios cual crin de caballo.
-Que a juzgar por las grotescas estatuas que había colocadas en varios lugares del poblado podemos deducir sin temor a equivocarnos que estos salvajes son adoradores de falsos ídolos o dioses, y lo más sorprendente o significativo, es que estos salvajes andan fuera y dentro de casa prácticamente desnudos tanto las mujeres como los hombres sin el menor recato ni pudor alguno; además de todo esto, también llamaba poderosamente la atención el que llevaran la cara y algunas partes del cuerpo pintarrajeados con rayas rojas o negras.
La pulcritud, la letra y la redacción de aquel parte de incidencias redactado y firmado por aquel cabo de primera, colmaron de satisfacción al almirante al comprobar que no todos aquellos hombres eran analfabetos y ruin canalla, sino que también había hombres honrados e instruidos con los cuales podía contar.
A partir de estas perfectas informaciones el almirante, que además de ser quesilandes, cristiano y muy liberal era más listo que el perro de un ciego, rápidamente cayó en la cuenta de que el entendimiento con aquellas gentes, cuyas intimidades mostraban sin el menor recato ni el justo temor a Dios todopoderoso, además de llevar el cuerpo y la cara pintarrajeadas sería muy complicado; también dedujo que tendrían casi forzosamente que emplear la fuerza para doblegar aquellos salvajes y hacerles admitir que aquellas tierras habían sido por voluntad divina conquistadas y anexionadas a la corona de Manguilandia y que por lo tanto a partir de entonces todos los habitantes de aquellas tierras sin excepción ni importar el rango que tuvieren, serían de grado o por fuerza vasallos de don Tiburcio I° derecha, rey de Manguilandia.
Importante alto histórico
Lo que sigue es sin duda altamente instructivo y extremadamente sabroso, sin embargo antes de pasar adelante con el permiso de ustedes vamos a saber algo, aunque esto sea muy somero, sobre la historia y geografía de Manguilandia.
Manguilandia hacía y hace parte de una península meridional rodeada de mares y océanos por todas partes menos por el norte que esta soldada por una sierra de montañas a un viejo continente. La extensión del suelo de este país es de hasta quinientos y pico mil kilómetros cuadrados y lo componen playas, lagos, ríos, llanuras y sobre todo montañas; su población en aquellos tiempos era de unos veinte y pico millones de habitantes de raza blanca en el norte y morena en el sur, el idioma era el manguilandés aunque en algunas regiones del noreste, del norte y del noroeste se hablaban otros idiomas que algunos se empeñaban en llamar dialectos.
En los últimos tres o cuatro mil años o más, la actual Manguilandia había sido invadida y saqueada periódicamente por todas las tribus bárbaras y civilizadas del antiguo continente y de afuera de él. Las luchas por la ocupación de ese territorio eran incesantes; grandes contingentes de tribus y tropas extranjeras guerreaban en suelo manguilandes sin cesar entre ellas por el dominio de sus tierras desplazando los vencedores a los vencidos sucesivamente; eso si, dejando todos ellos en Manguilandia lo peor de sus particulares idiosincrasias, tal como la holgazanería, el fanatismo, la pereza, la alcahuetería, la soberbia, y sobre todo los celos y la envidia por no nombrar más que unas pocas.
En el momento del descubrimiento de la isla Gertrudina, Manguilandia estaba gobernada por el rey Tiburcio I° derecha, descendiente por línea curva de la antiquísima dinastía bárbara de los Holganaces, saga de reyes ociosos y libertinos donde los hubo los hay y los habrá, aunque todo el mundo sabía que los pantalones en aquel palacio los llevaba Doña Gertrudis II° izquierda, cuya persona como ya se ha dicho era una perla rara.
Esta reina era descendiente por línea quebrada de la dudosa y sospechosa dinastía chorizera de los Vagancias, casta de condes desvergonzados, holgazanes, y despilfarradores.
ALGO DE MI VIDA
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Capitulo 10° (Comisaría y comisarios) página 79
Buenas noches señores. ¡Policía!. Documentación por favor.
Por las puertas del bar acababan de entrar dos policías vestidos de paisanos acompañados por dos serenos,
¡Joer colegas!! Vaya ruina que nos hemos buscado viniendo aquí, -comento el Cartagena-, ya estamos en el “perdún”.
El inspector de gafas empezó a examinar los documentos de identidad de los primeros clientes aposentados en las mesas, mientras el otro policía ayudado por los serenos guardaban las puertas y vigilaban el resto de la parroquia.
Cuando llego el policía a donde estábamos nosotros, al Cartagena y “Manolete” los puso de lado sin siquiera haberles pedido la documentación.
-Haber tú -me dijo el inspector- le tendí el carné lo examinó detenidamente y me pregunto de sopetón:
-Donde trabajas?
-Yo, verá usted he trabajado….pero en estos momentos…..
-Vale, a ver los “baxtes”. (los callos de la mano)
-¿???????????.
-No te hagas el lelo que te meto una hostia que te van los “piños” al suelo.
-Pero si es que no entiendo lo que hostias me dice, le contesté algo alterado, quizás envalentonado por la ingesta de los Cuba libres de ron blanco.
Paff, sonó la bofetada. No muy fuerte pero que me subió la sangre a la cabeza, y lo que hubiera sido mi perdición, estuve a punto de replicar con una patada en salva sea dicha la parte.
Esto es para que vayas entendiendo lo que digo yo y no levantes la voz. Ponte ahí con esos me ordenó el policía.
-“Achanta, achanta la mui, -chamulló “Manolete” por bajinis-”. (callaté, callaté, -me dijo “Manolete” en voz baja).
Me puse cariacontecido por la bofetada, tal como me lo había mandado el agente junto con mis colegas y un grupito que controlaba un sereno, a continuación nos esposaron de dos en dos en total seriamos unos ocho guardaron los carnés y por la calle de la Cadena y la de san Rafael nos condujeron a la comisaría de la calle Hospital.
Subimos a un primer piso y nos hicieron entrar por una puerta vidriera en una gran sala rectangular rodeada de bancos de madera en los cuales nos hicieron sentar después de quitarnos las esposas junto a otros que habían llegado poco antes seguramente producto de otra redada, entre todos seriamos entre quince y veinte entre ellos mi colega “Manolete” y el otro “mendas” al cual conocíamos por el mote del “Cartagena”, que era o había sido medio de todo, y medio de nada pero de todas formas nada honrado.
Alguien pidió permiso para fumar y rápidamente se lleno de humo la estancia, Un joven andaluz se lío un “truja” y se puso a fumar grifa, el “plantón” le llamo la atención y le dijo de buenas maneras de apagar el “canuto” pero este individuo se rebotó y empezó a insultar al guardia y posiblemente alarmados por los gritos que daba el grifota andaluz, vinieron dos o tres policías más y entre los tres lo pusieron a caldo delante de todos nosotros, el sevillano una vez ya más calmado y lavado porque salió con las narices chafadas, intentando con un pañuelo en la nariz de parar la hemorragia producida seguramente por algún puñetazo, nos dijo que había hecho eso porque prefería ir a la cárcel en Barcelona que no que lo llevaran a Sevilla donde estaba reclamado por la audiencia territorial.
“Cartagena” viendo la paliza que los “grises” le pegaban al andaluz me dijo:
Ojala que con este “mendas” se les acabe la madera y no les quede ni para calentar café, porque de esa tela nos van hacer a nosotros un traje. -El “Cartagena” era muy aficionado a la metáfora aunque algunas veces lo que decía no lo entendía ni él mismo, el “Cartagena” era un inventor del lenguaje “caló” sin más.
Oye mañíco -algunos me llamaban así en el barrio-, continuo “Cartagena”-, quiero pedirte un favor. A ti como estas en “blanco” (no estar fichado) te darán la “pira” hoy mismo, pero su “mendas” -dijo señalando a Manolo- y a mi “mendas”, lo más seguro es que nos enchiqueren, nos colgaran cualquier “marrón”, y nos “colocaran”, ya estamos en la “cuarta” del carrer Entenza, por lo menos con la “gandula” (ley de vagos y maleantes). Escucha “mañico,” –prosiguió el Cartagena-,cuando te suelten, porque no tengas miedo que seguro que te sueltan, le dices a mi parienta que me han “colocao” y que me suba al “talego” lo que ella sabe, como de costumbre; si no la encuentras en casa. ¿Tu ya sabes donde vivimos, no?, encima del bar Papiros; te vas al cine Triunfo y pregunta por la Maria al acomodador.
Mi paisano y colega “Manolete”, me aseguró también de que me iban a soltar.
“Chache”, -me aconsejo Manolo- con la “pasma” no la “píes” ni en broma y los “clisos en polvorosa” (la mirada en el suelo) no te subas por las ramas aunque tengas razón, porque “palmaras” siempre. Si te “najas” a Francia antes de que yo salga del “talego” te deseo que te vaya d’abuti y mira de defenderte con la chuflaina, olvidaté del “burle” y de la “bucharánga”, porque esto quema mucho y al final terminas en el “trullo”, no temas que ni su “mendas” ni yo, no nos vamos de la “muï”. Te deseo toda la suerte del mundo porque eres un tío legal. Manolo hablaba siempre en “caló” golfo.
Los policías fueron llamando a los que allí estábamos, los llamados pasaban a un despacho y al cabo de un rato más o menos largo algunos salían con buena cara y se iban, otros se quedaban sentados y por fin otros, los cuales acompañados por un agente eran bajados a los calabozos para su posterior ingreso en prisión, entre ellos “Manolete” y “ Cartagena” todavía al pasar por delante de mi me recordó “Cartagena:
-Maño, no olvides lo que te he dicho. Haz favor.
-Tranquilo tío, -le respondí-.
Mi colega Manolo me miro a los ojos y me dijo:
-Jaume (creo que era la primera vez que me llamaba por mi nombre y lo hacía en catalán ¿?) lo tuyo es la trompeta, déjate de líos. Suerte y que te vaya “d’abuti”, -al mismo tiempo me dio dos billetes de quinientas pesetas- yo quise protestar pero él ya iba camino del calabozo custodiado por los guardias.
“Manolete” era sin duda lo que se denomina vulgarmente un “chorizo” pero yo aunque sea haciendo de abogado del diablo, quiero romper una lanza en su favor diciendo que la vida que le había correspondido vivir sin comerlo ni beberlo, tampoco se había portado muy bien con él. Abandonado desde muy pequeño por sus padres a causa de la guerra, había pasado casi toda su niñez y toda su adolescencia en el mal llamado Hogar Pignatelli de Zaragoza que no era otra cosa que un reformatorio, de donde salió a la edad de dieciséis años alentado por un brigada de banda que se encargaba de enseñar a tocar la corneta a los chicos internos, habiendo sido él mismo interno, cuarenta años antes en ese reformatorio. Por inverosímil que esto pueda parecer, éste brigada era don Bienvenido Alcaraz, el mismo que yo conocí en mi cuartel.
Manolo salió del “hogar” para hacer la mili de corneta voluntario, pero pidió hacerla en regulares de Tetuán donde tenía un primo hermano que era sargento, allí se aficiono en serio a la grifa. Otros vicios y malas costumbres ya las había adquirido desde muy chico en el reformatorio. Luego después de estar tres años con los regulares de Ceuta una vez licenciado emigró a Barcelona donde residían como ya se sabe sus dos hermanas dedicadas al ejercicio de la prostitución. En la ciudad condal se dedicó a todo menos a trabajar en algo serio, lo que le valió hacerse conocer por los servicios de la policía como delincuente común y habitual, después de sufrir varios arrestos por diferentes delitos, “Manolete” estaba completamente quemado en Barcelona. A pesar de todo esto creo que Manolo era una buena persona con un gran corazón, esa es mi particular opinión, tú querido lector puedes tranquilamente no compartirla, es tu más elemental derecho.
Jaime Muniesa Monzón, -llamó el policía-, su voz me llegó como un balazo. Me levanté con el corazón en un puño y me hicieron entrar en un despacho no muy grande donde había un policía de paisano sentado detrás de una mesa, y en la pared detrás de este hombre un retrato del Caudillo. Era este hombre de unos cincuenta años bastante alto enjuto moreno con bigote y gafas ahumadas, en un rincón del despacho había otro policía vestido de uniforme sentado delante de una máquina de escribir.
TODOS FUERON MILLONARIOS
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EL LORO PEPE pagina 23
Cuando escribí por primera vez esta verdadera historia, mi cabeza todavía lucía una espesa y negra cabellera, además de esto que ya es algo, también ardía aunque muy tenue dentro de mi ser una pequeña llama de esperanza, algún resquicio de fe, de fe en alguien o en algo, ya fuera esto divino o humano y sea por la desenfrenada velocidad que mi vida llevaba o por lo que fuera no me pareció indispensable el dar cuenta de la vida y milagros del loro Pepe. Sin embargo hoy que de mis cabellos los que no me han abandonado, podridos por la brillantina o cansados de tanto peine se han tornado color de nieve, la llama de esperanza y de fe se ha extinguido completamente y mi vida transcurre apaciblemente sin sobresaltos ni novedades dignas de mención, me parece que el no relatar aunque sea someramente algunos rasgos de la vida de esta singular ave prensora sería imperdonable y la historia en su contenido y esencia perdería muchísimo, así que sin más dilación y con el debido permiso de ustedes veamos quien fue este singular pájaro.
El loro Pepe era un pájaro de cuentas, como se suele decir un pájaro de mucho cuidado, en el momento de la hecatombe del bergantín Pepe acababa de cumplir treinta y siete años que ya es edad para un pájaro, llevando más de veinte de ellos embarcado al servicio del anglosajón pederasta.
Pepe había nacido en la copa de una bonita palmera situada en una región selvática en el centro oeste de Negrilandia y a los pocos días de nacer cuando todavía estaba en el nido mantenido a papo rey por sus padres, una niña de trece años muy traviesa y todavía más ágil, la cual trepaba a los árboles con la misma facilidad que lo hace un antropoide cualquiera, subió a la palmera en la cual estaba ubicado el nido y dentro de él desamparado completamente el jovencísimo lorito; la traviesa niña sin encomendarse a Dios ni al diablo y sin mostrar el menor asomo de consideración, arrancó del nido al pequeño loro causando con ello gran desconsuelo en sus padres (del loro) al ver impotentes desde la rama de una palmera vecina como el fruto de sus primeros amores era raptado por aquella negra bípeda para siempre y sin vuelta atrás, totalmente desconsolada la pareja para consolarse sin más dilación el loro montó sobre la lora con el fin de procrear otro lorito para jubilo de su juventud y sostén de su vejez.
La niña no raptó o robó el lorito para ella, si no con el fin de regalárselo a un reverendo padre misionero manguilandes llamado Ignacio Gorrilandio Penegorria el cual en su día como buen convertidor, tal como la traviesa niña había arrancado el lorito del nido, también él había arrancado la flor de la virginidad del íntimo nido de la aviesa criatura, convirtiéndola en mujer.
Ni que decir tiene que el padre Ignacio quedó encantado con tan magnífico regalo y para recompensar a la muchacha que además de ser muy ágil y muy traviesa tenía otros encantos físicos y en una palabra por no andarnos por las ramas, que estaba como un pan de buena, el padre Iñaki sin que la negrita se lo pidiera para nada, tuvo a bien el penetrarla por la parte donde amargan los pepinos, ya que por el conducto oficial venía haciéndolo cotidianamente desde hacía algún tiempo, aunque aplicándose y esmerándose en esta ocasión mucho más que de ordinario.
Dos días después el padre cura procedió al bautizo del pájaro imponiéndole los nombres de José Ignacio Pedro Jacobo del Espiritu Santo. Una vez cristianizado el pájaro, el misionero evangelizador de primera extraordinaria padre Ignacio Gorrilandio Penegorria, se preocupó a fondo de enseñarle el Génesis, el Pentateuco, todas las oraciones del catecismo en su lengua vernácula, como así mismo en latín y en lengua manguilandesa, los cuatro evangelios completos, la Apocalipsis de Juan más los hechos y varias epístolas dirigidas de los apóstoles a los corintios y a sus primos los tesalonicenses.
El padre Ignacio era originario como su nombre lo indica del norte de Manguilandia y como buen norteño era, aun siendo un misionero ortodoxo en sus pensamientos y acérrimo creyente como corresponde a un buen eclesiástico, bastante epicúreo y disoluto en sus costumbres terrenales. Este evangelizador de primera extraordinaria solía disfrutar de la buena mesa, bebía vino con deleite y dedicaba una buena parte de su tiempo a ejercitarse carnalmente con muchachitas nativas y de afuera, pero si había un vicio al que este buen padre estaba enganchado y era adicto sin remedio ese era el juego de naipes, ese era un vicio que había adquirido en su pueblo siendo todavía un jovenzuelo y se había incrustado en su piel cual tatuaje de tinta china, ni siquiera los años pasados en el seminario pudieron arrancar de su persona aquel vicio que lo dominaba y lo reducía a su voluntad.
Una noche aciaga, el norteño misionero jugaba a ese juego popular que llaman julepe al cual perdía sin cesar, a pesar de tener entre partida y partida el rosario en la mano, encomendarse a varios santos y recitar mentalmente breves jaculatorias. No era su noche y las cartas se negaban a venir, y ya se sabe que cuando las cartas dicen nones no hay nada que hacer, el padre Ignacio perdía sin remisión una partida y la otra también.
Después de perder todo el dinero que llevaba encima y algo que le prestó un paisano que era bajo de estatura, muy peludo y botánico aficionado, se jugó un anillo de oro recuerdo de su madre, el cual perdió en una sola mano, luego se jugó el reloj de bolsillo también de oro heredado de su padre y el crucifijo de plata que llevaba colgado del cuello con una hermosa cadena también del mismo metal, regalo de una tía carnal solterona llamada Edurne Gorrilandio Zarraluqui, y como esa noche no era la suya irremediablemente lo perdió todo y más que hubiese llevado incluido a su Señor enclavado.
El misionero hecho polvo maldiciendo su mala racha y hasta el copón bendito entre dientes, ya sin nada más que perder se acordó del loro, el cual por aquel entonces ya sentaba cátedra y era la admiración de las gentes sencillas y complicadas. Y sin pensárselo mucho preso del demonio y de su dominante ludopatía también se lo jugó y como es natural y ya se ha dicho por pasiva y por activa que aquella no era su noche, como no era su noche también lo perdió.
Debido a esta circunstancia Pepe a la edad de siete años y varios meses cambió de dueño y fue a parar a las manos de un tahúr lusitano llamado Mario Soares Camoeiras da Lima; este jugador era hombre de pocos amigos, vulgar, desconfiado, cejijunto, taciturno y poco social, por todo ello no apreciaba suficientemente las grandes aptitudes del loro, ni le hacían la menor gracia sus chistes, de manera que para quitárselo de encima se lo regaló a su querida; una mujer llamada Marguerite le Soal que había sido en su tierra ama de cría, más conocida en Negrilandia por Madame Margot, esta mujerona era de origen celta del este de la Gaule, raza de mujeres dotadas de grandes senos, de una espesa cabellera castaño claro y una grupa potentísima, en esos momentos era dueña y regenta de un burdel de medio pelo.
En compañía de esta Madame y sus pensionarias Pepe que tenía un oído envidiable y una inteligencia fuera de lo común, en cuatro días aprendió el celta y el gaulois perfectamente, más varios dialectos y germanías diversas, amén de todos los tacos y blasfemias que se dicen corrientemente en esos lugares de perversión frecuentados por corsarios, piratas y aventureros de todo jaez, además de todo esto como Pepe en esos tiempos era muy joven y tenía serias inclinaciones hacia el voyerismo, también aprendió casi todas las formas y posturas del Kamasutra.
Una mañana tranquila y soleada, en medio de la impoluta playa de finas arenas apareció el cadáver apuñalado del tahúr lusitano Mario Soares Camoeiras da Lima, al parecer y según la policía local el crimen fue la causa de un ajuste de cuentas entre truhanes; Unos días después Margot sin decir nada a nadie traspaso el burdel a una de sus pensionarias y por historias raras que aquí no vienen al caso aunque son fáciles de adivinar o como diría un político, por razones obvias, aprovechando la escala de un carguero galo cuyo capitán era paisano y cliente de la casa, puso tierra por el medio y viajó a su tierra.
Una vez desembarcada y en su pueblo Margot se instaló en casa de su madre, la cual por cierto estaba de luto riguroso debido al reciente fallecimiento de su marido, quedándose de sopetón viuda como les sucede a todas las mujeres que se les muere el marido, este marido en cuestión era pescador de oficio y murió ahogado en el mar tras naufragar el barco donde faenaba, podríamos decir sin ambages de ninguna clase que este hombre murió tal como corresponde a todo buen marino pescador que se precie de serlo a parte entera.
Para tranquilidad y sosiego del lector, diremos que este malogrado pescador no era padre biológico de Margot, ya que la procedencia de su posible genitor se ignora por completo tal era el trasiego sexual de su madre en el momento de su concepción, podríamos asegurar sin miedo a equivocarnos que posiblemente esta buena hembra no supiese a ciencia cierta quién la preñó; se especuló en su día que el autor fuera un apuesto forastero, uno de los muchos con los que la caliente celta se dice que mantenía relaciones, el cual tras haber dejado preñada a la bretona se alistó al ejército feudal y nunca más se supo de él, de manera que cuando Margot nació su madre era soltera, y según ella siguiendo el ejemplo de otras juraba y perjuraba que no había conocido varón; pero eso no tiene la menor importancia y es lo de menos.
La cuestión es que Margot tras una corta estancia con su madre, la cual no paraba de lloriquear, rezar y pedir dinero, viendo que allí no había negocio ni porvenir a la vista y que de continuar con ese régimen en cuatro días se arruinaría, compró dos sacos de pipas y otros alimentos avícolas y dejó a Pepe al cuidado de su pedigüeña madre mientras ella por pura curiosidad y por ver lo que se cocía viajaba a Lutecia la capital del reino.
Pero héteme aquí que por aquel tiempo los Galos y los anglosajones mantenían una encarnizada guerra por el dominio de aquellas tierras, otra más desde hacía muchos años, y tras perder los galos una célebre batalla, por fortuna para ella durante la ausencia de Margot, su pueblo fue investido por las tropas enemigas y a pesar de la resistencia heroica de los locales, las huestes anglosajonas lograron apoderarse del pueblo y siguiendo las ancestrales leyes de la guerra una parte de la soldadesca procedió sin pérdida de tiempo al saqueo e incendio de todas las casas sin excepción, mientras otros pasaban los hombres a cuchillo, luego todos juntos dedicaron su tiempo a celebrar la victoria violando sexualmente natural y contra natura mujeres y niñas sin distinción de edades, y como no podía ser de otra forma a modo de botín de guerra entre otras muchas joyas el loro Pepe cayó en poder de un sargento anglosajón algo sordo y muy bruto, el cual una vez en su tierra no sabiendo lo que hacer con el pájaro, ya que casi no oía nada lo que el pájaro decía y lo que oía no lo entendía, porque Pepe todavía no había aprendido a expresarse en lengua anglosajona, por todo ello y por sacar algo de dinero el sargento medio sordo vendió el loro Pepe a un compatriota que se dedicaba al negocio de la pajarería, y este a su vez lo vendió a un almirante de la marina llamado Charles Brake, marino mercante homosexual notorio y dueño de un bergantín en compañía del cual Pepe aprendió correctamente en poco tiempo a jugar al bridge, a mojar correctamente las galletas en el té, además de hablar el idioma anglosajón correctamente.
Esto lo contamos para que vean ustedes que un relato de esta envergadura histórica no es cualquier cosa y menos si se precia de ser auténtico. En él no deben de escatimarse los detalles por insignificantes o nimios que estos puedan parecer, como suele suceder normalmente en los colegios, escuelas y universidades estatales o religiosas, adonde la historia la cuentan y hasta incluso la escriben según convenga a los gerifaltes, mandamases o dirigentes que en ese momento detienen el poder.
Pues bien, aclarado este punto sigamos con lo que sigue, que también tiene su gracia.
LA TORRE DE MARFIL pagina 3
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Liborio durante toda su vida hizo parte de los “ganescos”, muchas veces intentó escapar, pero todos sus esfuerzos fueron vanos, él pertenecía a esa clase de seres humanos que luchan durante toda su vida con todas sus fuerzas con el único objetivo de ser felices, porque tienen el convencimiento interior de que han nacido para ello, pero a pesar de su gran empeño y aun salvando muchos de los obstáculos que encuentran a lo largo y ancho de su trayectoria hacia esa deseada felicidad, están atrapados en las tupidas redes “ganescas” de donde difícilmente lograran escabullirse, porque siempre surgirá un impedimento u obstáculo para impedir que el “ganesco” mejore su condición.
Ellos solo desean conseguir el bien estar que otros con menos méritos que ellos poseen; salir de la mediocridad en la que viven y ser felices; sin embargo a pesar de su tenacidad y hasta en ocasiones su entusiasmo, aun sin cejar ni un minuto de su triste existencia, empleando todos los medios que tienen a su alcance, difícilmente consiguen ya no alcanzar la felicidad completa, sino ser un poco menos desgraciados.
El como tantos otros seres nacidos en cualquier época, pertenecía a ese grupo de personas a las cuales sin saber porque, desde su nacimiento están inscritos en el libro del destino con letras rojas. Son seres que viven encerrados en una fortaleza de maldad cercada por muros infranqueables que no dejan el menor resquicio a la esperanza y a la liberación.
Abarrotados adentro de esa torre de marfil, adonde desde su supina ignorancia andan de un sitio hacia otro, sin rumbo fijo, escuchando los miles de cantos de sirenas que llegan hasta sus oídos sin enterarse de que va la cosa. Presos en esa infranqueable fortaleza de maldad, inexpugnable fortín donde la envidia y la violencia absoluta campean por sus respetos; los “ganescos” desesperados insultan, roban, delatan, violan, luchan sin tregua y se comen los hígados entre ellos, todo lo que sea y haga falta por encontrar una insignificante rendija para intentar escapar por ella de ese círculo de miserias, de odios y violencias en el cual están irremediablemente inmersos; pero no la encuentran ni la encontraran porque Dios, el destino o lo que sea no lo quieren y así lo han dispuesto.
A estos seres les ocurre lo mismo que aquellas moscas que se posaban y correteaban por encima de los mugrientos pupitres de la escuela nacional cuando éramos niños; nosotros las cazábamos con un gesto rápido de la mano o de un libretazo, luego si todavía estaban vivas o bien la metíamos en el tintero, del cual posiblemente haciendo esfuerzos enormes intentaban salir; a veces lo conseguían, pero cuando estaban casi afuera de un certero golpe de pluma volvían al tintero y si a pesar de todo alguna de ellas lograba escapar, solo era para morir agónicamente en el pupitre arrastrando sus alas empapadas de tinta.
A veces lo divertido era arrancarles un ala o una pata o las dos cosas y dejarlas corretear a la pata coja por encima del pupitre, la mosca se debatía hasta la muerte por escapar volando, sin conseguir su objetivo, seguramente la mosca ignoraba la cruel mutilación.
Nunca sabremos el dolor que causa el perder un ala de un tirón. Simplemente porque nosotros no tenemos alas, y después porque el dolor físico es puramente personal y el dolor que nosotros muchas veces hacemos a los demás, como no lo sentimos en propias carnes nos importa un comino.
La mosca aunque seguro muy dolorida, ignorante de su mutilación probaba una vez y otra a volar sin jamás conseguirlo, todo ello porque nosotros caprichosamente para divertirnos habíamos cruelmente mutilado el órgano que hasta caer en nuestras manos le permitía gozar de la libertad. Esa puede ser la diversión del Creador o del cruel destino con los desgraciados seres condenados a querer escapar durante toda su vida del gran tintero que es este jodido mundo que les ha tocado vivir.
Ahora una vez acabada ésta desoladora introducción veamos quien era la familia de Liborio.
EL ARISTOCRATA AFILADOR pagina 2
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A mediados del mes de marzo año 1974 después de una larga, muy larga ausencia, volví a mi pueblo. En casa de mis queridos padres las cosas estaban prácticamente tal como yo las había dejado hacía ya cerca de veinte años, mi habitación estaba intacta y aún conservaba el mismo olor que cuando yo dormía en ella, parecía que las cosas o el tiempo se habían detenido en aquel cuarto y esperaban mi regreso. Aquel peculiar olor me transportaba a mi juventud; las viejas baldosas rojas, siempre en estado de revista, pintadas con almazarrón, la antiquísima cama de hierro con la misma cubierta tejida a ganchillo por mi madre o por mi abuela, los colchones y el almohadón de lana con sus dos inseparables cojines, la mesilla de noche de madera, con su mármol rosa, su cajón y su repisa para poner el orinal, el viejo armario con su secular olor a madera vieja, en el cual todavía quedaban algunas prendas interiores y exteriores mías, solamente al mirarme en la luna del armario veía claramente que yo ya no era aquel muchacho que dormía a pierna suelta en aquella veterana cama que había conocido varias generaciones de mi familia.
En el cajón de la mesilla de noche todavía estaban algunas de mis cosas, varios tebeos, un billetero de piel en buen estado, alguna fotografía, dos o tres novelas del Rodeo, una baraja, algún lapicero, un sacapuntas, una pluma estilográfica Parker 51, y en el fondo del cajón un par de viejas libretas escolares de la cuales apenas si guardaba el menor recuerdo, eran aquellas libretas de después de la guerra, con las tapas verdes o azules descoloridas, en la tapa de delante escrita en letra inglesa ponía -Cuaderno Escolar- y en la tapa de atrás impresa estaba la tabla de multiplicar y el precio, 0.20 céntimos.
A pesar de los años pasados intenté hacer memoria y por fin recordé perfectamente que esas eran las libretas que casi todos los chicos llevábamos allá por los años cuarenta en la escuela, aquellas en cuestión procedían de una imprenta o librería que había sido bombardeada casi enfrente de mi casa durante la guerra por la aviación fascista italiana; recuerdo aunque yo era muy pequeño que todavía unos años después de acabar la guerra los chicos e incluso los mayores de entre los escombros recuperábamos cantidad de material escolar.
Abrí una de las libretas, y observé que el papel era aquel blanco tirando a gris de mi niñez, las páginas estaban trazadas con rayas horizontales y en el lado izquierdo una finísima raya roja vertical como marcando el margen. No puedo decir con exactitud el porqué, pero el tener aquella libreta en mis manos me causaba una emoción difícil de explicar. Era como si de repente hubiese rejuvenecido de veinte y tantos años y lo pasado durante ese tiempo no hubiera sido más que un sueño o mejor dicho una pesadilla.
Empecé a leer y no daba crédito a mis ojos, aquello era lo primero que había escrito en mi vida y como en una película aquellas escenas que yo había someramente anotado cuando apenas contaba diecisiete años, ahora se representaban en mi mente igual que si las hubiese escrito la noche anterior.
Interiormente di gracias a no se quien y sobretodo a mi buena madre por no haber tirado a la basura o quemado todas aquellas reliquias, pensé, creo que con buen criterio, que aquello merecía ser salvado del vertedero o de las llamas y me puse sin más a ordenarlo y pasarlo en limpio.
Durante muchos años he viajado por mar tierra y aire pero aquel escrito lo he guardado celosamente junto a otros que serán testimonio de mi paso por este jodido mundo. De vez en cuando lo he sacado del cartapacio y he trabajado en él. Hoy a mis setenta y tres años creo que es hora de que este relato vea la luz y por eso me he decidido a publicarlo.
Creo que el lector sabrá apreciar el talento del singular personaje de mi relato, como también sabrá perdonar las faltas de sintaxis o prosodia debidas a mi inexperiencia en esta lid literaria.
A mi personalmente la vida de este aristócrata afilador me impresionó en su día y todavía hoy sus enseñanzas me abren los ojos y me hacen ver la relativa importancia que tienen las cosas; muchas de ellas que muchas veces nos preocupan y jamás suceden, otras que la mayoría de los mortales consideramos muy importantes con el transcurso del tiempo se quedan en puras anécdotas, porque aquí lo único que es importante en la vida, es vivir. J.M.M.
CAPITULO I°
Al principio de los años cincuenta todavía venía tres o cuatro veces por año un afilador a mi pueblo...........
EL EXTRA MUDO pagina 3
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Viendo el trasegar de todos estos personajes podríamos decir sin miedo a equivocarnos que aquel plató del cinematógrafo en ciertos aspectos podría haberse comparado con una colmena humana con su reina, sus obreras y por supuesto sus zánganos correspondientes.
Solamente Winter sumergido en el pozo de sus recuerdos estaba al margen de de lo que allí acontecía, sin saber porque, no podía ese día evitar de pensar y reflexionar más que de costumbre sobre lo fútil y casi inútil que había sido su existencia.
Su vida había transcurrido casi sin darse cuenta, distraídamente se había vuelto viejo sin haber sido joven, siempre corriendo en pos de una quimérica gloria que a estas alturas de su vida ya casi había dejado de ambicionar. Winter salvo un milagro de última hora ya no esperaba nada de la vida; su gran ambición fue durante toda su existencia en convertirse en un gran actor y de triunfar en el cine, pero a esas alturas de su vida su ambición y todas sus ilusiones se habían esfumado, le había ocurrido lo mismo que a los niños les ocurre con los reyes magos cuando se enteran de que estos no existen, con la diferencia de que los niños de una forma u otra consiguen sus regalos y a la postre les da lo mismo quien se los ponga.
¿Cuantos años llevaba trabajando? Era fácil el saberlo, ¡muchos! ¡todos! Prácticamente desde que nació. Y ello porque su madre, cuando él solamente contaba con tres o cuatro meses escasos de vida, ya firmó sin pedirle permiso a él para nada, su primer contrato de trabajo; un contrato de exclusividad con una agencia de publicidad, por el cual se comprometía a ser fotografiado desnudo y empolvado para la publicidad de los famosos polvos de talco “El escozor”.
En efecto el bebe Eufrasito fue retratado desnudito, eso si, boca abajo, porque la moral de aquellos años no permitían ni siquiera a los recién nacidos enseñar sus partes más íntimas, de esta guisa con el traserito rebosante de perfumados polvos de talco “El escozor” Eufrasito se exponía en grandes carteles colocados en todos los escaparates de las farmacias del país, también en algunos puntos estratégicos de los pueblos y ciudades, además de los tranvías y trolebuses de las capitales sin contar la caja de cartón en la cual se encerraba el producto, también en todos los cines de la geografía nacional durante el descanso proyectaban en la pantalla una diapositiva del bebe Eufrasito con el culo al aire, mientras una cantante con voz aguda y aflautada cantaba sobre una melodía ramplona un estribillo que decía:
Desde que yo le pongo
polvos “El Escozor”,
mi niño feliz duerme,
duerme como un lirón .
Tranquilo esta su padre
feliz me siento yo,
viva el polvo de talco
gracias a “El Escozor”
“El Escozor”, “El Escozor”
tu nos permites de vivir mejor.
Aquella publicidad fue un pelotazo como se diría ahora y visto el éxito obtenido por los polvos, aprovecharon la fotogenia innata del bebe para promocionar las exquisitas papillas “El Rollizo” para cuya fotografía hicieron engullir a la criatura en dos meses bastantes kilos de harina con el fin de que ganara peso y pareciera tal como lo preconizaba el anuncio, mucho más rollizo.
Sin tiempo para reponerse llegó el infalible “Dentimal”, un jarabe milagroso para calmar el dolor de las encías cuando salen los primeros dientes. A este producto milagro le siguió el chupete “Rechupete” fabricado con puro látex además de ser anatómico y antivirus. Después nunca mejor dicho, llego el andador o taca, taca “Marchasolo” y tras este otro y otro y así hasta la edad de veinte años.
Su madre viendo en su casi recién nacido hijo una inagotable fuente de ingresos, presentaba el niño a todas las pruebas que ahora se llaman “casting’s” habidos y por haber de manera que Eufrasio aún no sabía decir papá ni mamá y ya era un bebe famoso. Prematuramente famoso.
Tras los polvos, las papillas, el jarabe dental, y el taca, taca, vinieron los juguetes y ropa infantil, más tarde cuando contaba seis años los libros del colegio, a estos siguieron la moda juvenil, a los diez años las golosinas y refrescos, a los doce el patinete “Veloz” y la bicicleta “Estrella”, a los diecisiete patatas fritas, los primeros yogures, ropa interior y exterior, y a los veinte bebidas alcohólicas, puros habanos, cigarrillos nacionales y americanos y el orgullo de la tecnología nacional, el prodigioso “Biscuter”...............
TODOS FUERON MILLONARIOS pagina 18
________________________________________ Natividad de Johannes
Johanes nada más nacer supo que tenía madre pero incomprensiblemente y sin razón aparente se negó rotundamente a reconocerla como madre biológica; si acaso y en caso de fuerza mayor la reconocería un poco, aunque esto sería en última instancia y siempre en calidad de madre putativa, como veréis enseguida.
Apenas abrió los ojos el futuro almirante Johanes y digo futuro porque todavía no era marino ni estaba bautizado, que aún sin ser cristiano ni liberal, pero quesilandes a parte entera, ya se dio perfectamente cuenta de las extrañas circunstancias de su nacimiento y anterior concepción.
El futuro almirante asumiendo inmediatamente “in situ” su incómoda situación, como ya se le notaban ciertos indicios de hombre de mando, debido al aspecto inequívoco de su madre, a la cual se le veía el plumero de lejos y se notaba a la legua que no era trigo limpio, decidió de poner remedio al desaguisado y colocar las cosas en el sitio adecuado.
Como el futuro almirante era un águila innato, inmediatamente dedujo con certeza de que él había sido concebido de extranjis, posiblemente fruto de la relación pecaminosa de su madre que por aquel tiempo ejercía la antiquísima profesión de prostituta andante, siguiendo el método peripatético de recorrer incansablemente la acera de una callejuela situada en las inmediaciones del puerto de Madrestsma, ciudad importantísima de Quesilandia, de ahí que seguramente emanara su apellido de: van Yvienen.
Una vez el futuro almirante tuvo la certeza de que era un grandísimo hijo de puta declarada como tal, miró lastimosamente a su genitora y sin un reproche ni un lamento la envolvió en una sábana, la metió en una canastilla y se fue con ella a un convento de madres, hijas y hermanas carmelitas, algunas de ellas andaban descalzas y caritativamente otras ya iban bien calzadas.
El convento en cuestión estaba distante de más de seis leguas de la ciudad, había otros más cercanos pero no ofrecían la confianza que el futuro marino esperaba; por fin una vez llegado a las inmediaciones del convento, reventado por el peso de su puta madre y también por la andada a la cual como buen futuro marino no estaba acostumbrado, dejó a su putativa madre llorando desconsolada en la calle y él sin volver la cabeza atrás, decididamente haciendo caso omiso de los gritos y lloros de su madre penetró en el interior del patio del convento donde tras tirar de la cadena y hacer sonar la campanilla se metió anónimamente en el torno y empezó a llorar para llamar la atención.
Los lloros incesantes del futuro almirante alarmaron la congregación entera e inmediatamente el niño Johannes fue recogido y sacado del torno por una joven hermanita que iba descalza porque todavía, aunque ya tenía edad para ello no se la había calzado nadie y por lo tanto no tenía el grado superior de madre..............
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